SÓLO LA REVOLUCIÓN NOS HARÁ LIBRES

Por Rosario Cortés

De lo personal a lo político: las trabajadoras marcando el paso

Tiempo después de nacer me estaban educando sobre las cosas que NO hacen las niñas y de paso comprendí lo que SI hacen. A los varones también les pasa.

Desde la infancia tuve que convivir con el acoso callejero mientras llegaba al almacén, fuertes abrazos incómodos y persecuciones interminables por la calle que causaban terror. Para las 11 años ya había aprendido el oficio de caminar mirando para atrás, al mismo tiempo que iba buscando negocios que pudieran convertirse en «refugios amigables’ en caso de tener que pedir asilo por una emergencia. Los usé varias veces. Con el tiempo esto no cesa y se agrava. El transporte público se convirtió en una tortura. Sufrí violencia física, psicológica, humillaciones, abuso e intento de violación disfrazadas de amor y protección (y otras tantas sin disfraz). Y todo esto siempre acompañado por el terror de quedar embarazada y tener que pasar a la clandestinidad para abortar. Valoro enormemente mis problemas de fertilidad, ya que de lo contrario seguramente hubiera quedado embarazada a las 15 y toda mi historia hubiera cambiado. Acompañar abortos clandestinos, organizar escapes de la violencia cuando no tenes donde ir a parar, armar comedores y merenderos porque no quedaba otra que buscar la respuesta colectiva a lo mas urgente, etc, etc. Lo menos grave pareciera ser todo lo otro, al menos lo que no pone en riesgo la vida, la disputa permanente por los espacios: tener que gritar para que te escuchen porque tu voz es tapada sistemáticamente, que en ámbitos tanto sindicales como políticos, el único campo de acción posible sea dentro de los espacios «de cuidados y reproducción» (secretarías de acción social, niñez, género, educación, salud), luchar contra las acusaciones de debilidad, de incapacidad y de falta de decisión solo porque somos permanente comparadas con los parámetros del poder, poder masculino. Esta enumeración es solo un recorte, ni siquiera mencioné temas económicos, laborales, etc. Podrá apreciarse entonces, lo cotidiano del padecimiento y lo diario de la disputa.

Quien crea que estas historias me marcaron, moldearon mi vida y me condicionaron hasta hoy, no se equivoca. Por suerte no creo en las rendiciones.

Por suerte no creo en la suerte. No más jamás. Ni en la buena ni en la mala. Creo en la cultura y en las construcciones colectivas. Creo en que la dominación existe porque existe la opresión bajo el rostro de la cultura que habilita ciertas conductas o prohíbe otras. Pero entendí que como se construye, también se destruye. En eso estamos.


Estas historias son el hilo conductor de nuestras vidas, son las que tristemente nos conectan, nos enseñan a tejerlas desde pequeñas y muchas veces nos quedamos enredadas en ellas. Nos identifican y nos unen. Pero todo cambia cuando comprendemos que nuestras historias y vivencias individuales no son
personales, sino políticas y que nuestras vidas, relaciones, deseos y valores son producto de las condiciones impuestas y delimitadas por el sistema. El hilo comienza a desenmarañarse.

Es imprescindible activar y rescatar el potencial combativo del feminismo. Dentro del movimiento de mujeres existen infinidad de miradas diversas (no hay uniformidad, ni pensamiento único) con distintos orígenes y horizontes; es emocionante ver el crecimiento en nuestro país y en el mundo, hay que acompañarlo, agitarlo y complementarlo con profundo contenido.

Las construcciones políticas no son inmunes a los golpes del neoliberalismo, por lo que fácilmente se pueden ver ciertos mecanismos que son reproducidos en nuestros espacios. Así, por un lado, subestimamos la historia que edificó nuestros cimientos (vivimos como si la historia hubiera comenzado hoy) y por el otro, al no visualizar el origen del conflicto y detenernos solo en sus consecuencias, terminamos favoreciendo al mismo sistema que produce las injusticias y es el responsable de nuestra explotación, ya que nuestra organización e identificación políticas están fragmentadas y empecinadas en ir a poner parche sobre algunas consecuencias más superficiales sin abordar la raíz.

El capitalismo en general y el neoliberalismo en particular nos impregnan de sus valores y muchos veces se meten en nuestros discursos: escuchamos que todas las mujeres somos víctimas, lo cual nos pone a todas en un plano de igualdad que no es tal, así como tampoco implica que debamos ser solidarias con todas por el sólo hecho de ser mujeres.

Asimismo, es un error afirmar que todos los varones son victimarios. Todxs estamos bajo el yugo del patriarcado, por lo que una gran mayoría somos víctimas y fácilmente, al reproducir sus valores, no podemos constituir en victimarixs. No todxs lo somos de igual manera claro está.

Trabajo reproductivo y productivo

Una de nuestras propuestas es la socialización de las “tareas de cuidado y reproducción” históricamente adjudicadas a las mujeres, las cuales son casi de su exclusiva responsabilidad y confundidas intencionalmente con el amor. Por ejemplo, el Estado se hace cargo de la educación de la población (teóricamente) pero no así del trabajo de cuidado, ya sea de los primeros años de nuestras vidas, nuestra vejez, enfermedad, etc.

En el capitalismo el trabajo está escindido de los medios de producción. Así es como nos vamos transformando en objetos de, por y para consumo. En el caso del cuerpo de las mujeres, sufrimos la doble explotación: cuerpo como objeto (por lo que se venera y maltrata al mismo tiempo y sin descanso) y cuerpo como lugar mismo de la explotación (productoras y reproductoras); la ilegalidad del aborto, la prostitución, trata y la subrogación de vientres son los más claros ejemplos de la combinación de ambas. Como sea, nuestros cuerpos están en disputa, no nos pertenecen, por estar al servicio mismo del capital y formar parte del modo de producción capitalista.

Un gran interrogantes se abre, cuando pensamos las conquistas alcanzadas. Finalmente el sistema nos “abrió las puertas de la igualdad” y nos dejó formar parte orgánica de las masas explotadas. La lucha por ser incluídas en el sistema, trajo consigo la “victoria” de la igualdad de condiciones para la explotación. Así fue como además, ingresamos al mundo público, pero sorprendentemente no abandonamos el mundo privado (hogar). Algo no funcionó del todo bien.

«Cualquier tipo de feminismo que privilegie a las que ya tienen privilegios es irrelevante para las mujeres pobres, las mujeres trabajadoras, etc. (…)» Angela Davis

Identidad

El capitalismo transforma nuestras relaciones, nuestro consumo, nuestro deseo y hasta nuestras identidades. Por lo que al reconocer esto y “despertar”, es lógico que necesitemos reinvindicarnos y reconocernos como grupo oprimido (mujeres, lesbianas, gays, travestis, etc.). Identificarnos para reconocer nuestras igualdades es fundamental y es el primer paso, pero el gran desafío es no quedarnos solo allí. Es el comienzo de nuestra lucha, por lo que necesitamos respetar los espacios específicos de construcción y al mismo tiempo, superar las limitaciones políticas de la identidad, reconociendo lo particular en diálogo con la totalidad, de lo contrario nuestros análisis y prácticas no serían necesariamente errados, pero si incompletos e ineficaces.

Es momento de dar un paso… o varios.

Las y los comunistas sostenemos nuestro trabajo de género desde hace décadas y somos quienes debemos poner en agenda las problemáticas de las mujeres trabajadoras en particular y del movimiento obrero en general, entendiendo que existen distintas formas de dominación relacionadas, una matriz de dominación. El movimiento de mujeres junto a los colectivos LGTTBI+ crecieron exponencialmente en los últimos años, fue un despertar y un grito colectivo, pero debemos estar alertas, ya que intentarán apropiárselo , vaciarlo y quitarle toda la peligrosidad y contenido clasista como sea posible. El feminismo está en disputa.

La única salida a esta lógica del sistema que todo lo come, lo mastica, lo digiere y finalmente nos descarta como desperdicios, es plantearnos la transformación del modo de producción, sin lugar para la explotación, donde seamos reconocidxs como sujetxs, en el cual la libertad del ser humano, sea la bandera de nuestra victoria.

«Mas no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el sello de vuestras nociones burguesas de libertad y de cultura, de derecho, etc. Vuestras mismas ideas son producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es sino la voluntad de vuestra clase erigidas por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase. Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen al niño con sus familiares, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruya todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples objetos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.Para el burgués su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser puestos en común, y deduce naturalmente que hasta las mujeres pertenecerán a la comunidad. No sospecha que se trata precisamente de asignar a la mujer un papel distinto del de simple instrumento de producción. » K. Marx, F. Engels, (1847) “Manifiesto Comunista”.

Revista comunista de análisis y debate