Por L. Mishkin
“La izquierda tiene hoy una opción: o acepta el horizonte democrático liberal predominante (democracia, derechos humanos y libertades…) y emprende una batalla hegemónica dentro de él, o arriesga el gesto opuesto de rechazar sus términos mismos, de rechazar directamente el chantaje liberal actual de que propiciar cualquier perspectiva de cambio radical allana el camino al totalitarismo. Es mi firme convicción, mi premisa político-existencial, que el viejo lema de 1968: “¡Seamos realistas, demandemos lo imposible! Sigue en pie: los defensores de los cambios y las resignificaciones dentro del horizonte democrático liberal son los verdaderos utópicos en su creencia de que sus esfuerzos redundarán en algo más que la cirugía estética que nos dará un capitalismo con rostro humano”
(Žižek, Slavoj, “Mantener el lugar”, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., pág. 3271 )
El pasado 5 de mayo de 2019, en la contratapa de Página12, José Pablo Feinmann descubre con enorme clarividencia que la palabra “narod” significa “pueblo” en ruso, y con ello, que literal (y previsiblemente) “narodnik” es “populista”.
No bastándole semejante epifanía, trata de introducirse en el serpentín de Ernesto Laclau (sin nombrarlo) y sus “significantes vacíos” pretendiendo, no solamente, exponer una vindicación del kirchnerismo, sino además, esforzándose en tergiversar y denigrar la teoría el marxismo, incluso a los marxistas. Un particular “homenaje” a Karl Marx en un nuevo aniversario de su natalicio.
Dice Feinmann, arremetiendo con una seguridad, por lo menos en este caso, cuestionable:
“La palabra populismo tiene mala prensa. Le han tirado con munición gruesa. Se la identifica con la demagogia. Con el autoritarismo. Y, en fin, con el peronismo, que habría sido hegemónico durante los últimos setenta años de nuestra historia, según la versión de los macristas. Durante esos setenta años hubo tres experiencias neoliberales fracasadas. Los militares con Martínez de Hoz, el peronismo menemista de Alsogaray y Cavallo, y la desdichada experiencia delarruísta, aunque desdichadas fueron todas. Populista fue el primer gobierno de Perón que implicó un traspaso del capital agrario al capital industrial y una redistribución del ingreso que llevó a la clase obrera a subir por encima del 50 por ciento en el reparto de la renta nacional (…)”(“Populismo, el peronismo negro”, contratapa de Página12, 5 de mayo de 2019)
Esta necesidad de colocar al significante vacío del “populismo” en la ruleta del destino, según se cuadren las cartas natales de los actores sociales en pugna merece, al menos en este ejemplo histórico concreto, una primera comprobación de veracidad. Según Leonardo Juárez (Secretario Político del Partido Comunista de Salta):
“Argentina nunca tuvo un proyecto industrial, los dos procesos que se conocen, uno en la década del ‘30 y en el primer gobierno de Perón, fueron sólo de sustitución de importaciones, un primer nivel de industrialización. Nunca se industrializó para convertir a la Argentina en un país industrializado, para exportar. Siempre la industrialización fue parasitaria sobre el campo, ya sea de los granos o de la carne. El único espacio rentable que tiene la Argentina es la agroindustria” (entrevista Radio Dinamo, Salta, 3/5/19)
La primera falacia surge de constatar que el primer peronismo (que ejecutó sin duda políticas de Estado, podríamos decir, “socializantes”) efectivamente “implicó un traspaso del capital agrario al capital industrial”, pero transformando a este último en parasitario del primero, ya que la exportación de granos y carnes (aún con sus respectivas juntas reguladoras) nunca dejó de ser la actividad principal del país relacionada al comercio exterior. En la dialéctica del desarrollo desigual impuesta por los imperios antes y después de las dos guerras, jamás la Argentina pudo hacer de sus productos industriales herramientas eficaces que le permitieran a la burguesía industrial cierta predominancia sobre la burguesía agraria en los mercados internacionales. He aquí el principio y el fin de lo que alguna vez llamamos “el carácter progresista de la burguesía nacional”.
Pero volviendo a la política, muy suelto de cuerpo (y de lengua) Feinmann continúa diciendo:
“El populismo no tiene por qué ser demagógico. Sucede que para la derecha siempre que se beneficia a los que menos tienen se hace demagogia. El populismo es la cara popular y humanista del capital. No busca la dictadura del proletariado, un concepto que no dio buenos frutos para los socialismos del siglo pasado. Busca la redistribución de la riqueza. Busca dinamizar la dialéctica entre la producción y el consumo. Se juega por el mercado interno. En el mercado interno está el pueblo. Y el populismo busca hacerlo feliz.” (sic)
Detrás de esa “cara popular y humanista del capital” que nos propone Feinmann, se esconde (y no tanto) un nuevo maquillaje semántico de la pospolítica, algo que ya nos es por demás conocido, que huele a verborrea falaz, es decir, a “fin de la historia” y de las ideologías. Una superchería que con los años va abonándose con renovados eufemismos y argucias.
Qué bueno sería si el mentor de estos nuevos afeites nos explicara de qué modo se dinamiza esta “dialéctica entre la producción y el consumo” en un proceso recesivo, con caída en picada de commodities e incremento exponencial de deuda externa. ¿Con cuáles significados se llenaría el significante vacío de esta postura, en los papeles redistributiva , pero en los hechos extractivista, concentradora y acumuladora de plusvalor?
Parafraseando a Zizek, no se puede negar que la élite tecnócrata-liberal, representante del proyecto supremacista del capitalismo global, ve al kirchnerismo intrínsecamente como protofascista o “zurdo”, irracional y resentido, corrupto y como bien dice Feinmann, “autoritario y demagógico”. Desde su perspectiva de clase, tiene cierta lógica que el capitalismo global, en su proceso de acumulación sin pausa, se vea constantemente amenazado por cualquier facción de la burguesía que pretenda discutir su predominio . Pero también es cierto que el kirchnerismo, como respuesta a esa denigración con la que lo estigmatizan (en especial desde los medios de comunicación) se presenta como intrínsecamente neutral en relación al sistema. Dice Zizek, “como una suerte de dispositivo trascendental-formal que puede incorporarse a cualquier compromiso político”. (Slavoj Zizek, “Contra la tentación populista”, Ed.Godot, Buenos Aires, 2019). Yagrego yo, no solamente dentro del cuadro institucional democrático-burgués, sino con cierta lógica de garantismo y legitimación del mismo.
De ese modo, y como buen Hijo Pródigo del sistema, el populismo argentino podría constituirse a sí mismo con garantía de perpetuidad en la política nacional bajo la promesa de un constante retorno al “Estado de bienestar”, cada vez que los ciclos neoliberales suelen convertir las crisis económicas del capitalismo en crisis institucionales y el aparato estatal de la clase dominante necesita volver, como las víboras, a cambiar de piel, pero no de la sustancia de lo que está hecho, es decir, de su carácter de clase. Apoyado siempre en la encomiable promesa de “emancipación nacional y social” en modo ad calendas graecas, una expresión que en la Antigua Roma se utilizaba para designar un acontecimiento que jamás sabremos cuándo y cómo ocurrirá, acaso nunca. De tal manera que este “significante vacío” automáticamente se convierte en garante del sistema democrático-burgués asumiendo sólo la misión de “satisfacer determinadas demandas sociales”.
Sigo con Zizek: “Su abordaje del populismo (dice de Laclau) toma como unidad mínima la noción de “demanda social” (en sus dos significados: como solicitud y como reclamo). Hay una razón estratégica evidente al elegir ese término: el sujeto de la demanda se constituye en el hecho mismo de plantearla; de igual modo, el “pueblo” se constituye a sí mismo a través de una cadena equivalencial de demandas. El pueblo es el resultado performativo del planteo de las demandas, y no un grupo preexistente. De todos modos, el término demanda pone en juego todo un escenario teatral en el que un sujeto dirige su demanda a otro que se supone idóneo para recibirla. Y el acto político revolucionario o emancipador, ¿no se efectúa más allá de ese horizonte de demandas? El sujeto revolucionario no opera en el nivel del demandar algo a quienes detentan el poder; lo que quiere es destruir a estos últimos.” (Slavoj Zizek, “Contra la tentación populista”, Ed.Godot, Buenos Aires, 2019)
Pero volviendo a Feinmann, él mismo parece desdecirse, cuando pretende igualar la experiencia de la comuna rural rusa con la experiencia de la burguesía argentina con pretensiones de desarrollismo. Es sabido que en nombre de los narodniki y a través de un intercambio epistolar, Vera Zasulich debate con el mismísimo Marx la cuestión de la comuna rural rusa, algo que Feinmann pretende “resignificar” con dispositivos de tergiversador:
“Cuando la populista rusa Vera Zassoulitch le pregunta a Marx si la comuna rural rusa tiene que pasar por la etapa del capitalismo burgués para llegar al socialismo, Marx le responde que no, que se quede tranquila, que la comuna rural rusa implica una gran conquista y que El Capital no señala un decurso histórico determinista sino que se aplica a Gran Bretaña y a los países de Europa Occidental. Algo que no supieron ver los marxistas argentinos, casi todos mitristas. Pero ésta es otra discusión, ya en gran parte agotada y superada. Lo que aquí queremos decir es que Marx aprueba el populismo de la comuna rural rusa. La palabra viene de ahí. “Narod”, en ruso, es “pueblo”. Narodnichestvo es populismo.”
Acerca de eso que “no supieron ver los marxistas argentinos, casi todos mitristas” (¡!), Feinmann omite que el etapismo quedó enterrado (al menos en términos de resolución política) cuando en 1986 se desarrolló el XVI° Congreso del Partido Comunista Argentino. Sospecho que no sólo con ignorancia, sino con una deliberada intención de zaherir a la izquierda bolchevique utilizando desgastados recursos de falseador. Su posición es la de un reciclado filisteo que identifica en la pospolítica un encadenamiento de demandas sociales que irían transformando al capitalismo en una sociedad más justa, al tiempo de constituirse “el pueblo” en un sujeto político que emerge como resultado de las luchas y los antagonismos particulares. Como afirma Zizek, “queda claro que el populismo prefiere ese encadenamiento a la lucha de clases.”
Nada nuevo bajo el sol. Tampoco bajo el opúsculo de Feinmann:
“¿Cómo le caería a la Argentina de hoy una redistribución de la renta, una activación de la industria y el mercado del consumo? No en vano el gobierno y su cada vez más magro electorado le tienen pánico al populismo. Temen que vendrá de la mano de Cristina Kirchner, de aquí la catarata de injurias que le arrojan. De todos modos, la herencia que deja el macrismo es tan pesada que habrá que ver qué puede impulsar CFK, teniendo, como tendrá, a los medios hegemónicos en contra, al establishment financiero, a los EE.UU. y su activa embajada en Argentina. ¿Quién irá a verla a Cristina si asume? Probablemente, como a Perón, el embajador norteamericano. Si le dice “si usted hace lo que vengo a decirle será muy bien vista en mi país”. ¿Podrá contestarle Cristina como lo hizo Perón? Perón le dijo: “Prefiero no ser bien visto en su país al costo de haber sido un hijo de puta en el mío”. Difícil. Perón tropezaba con las barras de oro en el Banco Central. Y el contexto internacional lo favorecía, ya que Europa y Norteamérica recién salían de la guerra.”
¿¡Pero cómo!? ¿Ahora el significante vacío es llenado con más vacuidad?. Eso que “no supieron ver los marxistas argentinos” es sin duda la capacidad adaptativa de este neoperonismo (o desarrollismo a la violeta) que se transforma en “sujeto emancipador” o “sujeto garantista” según la coyuntura económica del país en relación al sector externo. Es sencillo entenderlo. Cuando “el contexto internacional lo favorecía”, el populismo era redistributivo, satisfacía las demandas sociales, sin necesidad de afectar la matriz económica – esto último sería poner en juego el esquema de acumulación capitalista -. Cuando “el contexto internacional” es desfavorable, entonces se convierte en una incógnita, aún cuando se trate de Cristina F. de Kirchner. (*). Porque lo cierto es que ahora “los embajadores norteamericanos” se visten de delegados del FMI, y está demás decir para aquellos que están debidamente informados, que ya se ha consumado más de una reunión entre las partes, lo que a priori no quiere decir nada (o quiere decir todo), justamente porque ninguna de las partes emite una declaración pública ni a favor ni en contra.
En términos de sentido de horizonte político, quizás sea injusta esta crítica a la racionalidad populista, ya que como lo expresan sus mismos ideólogos, no se pretende disputar el carácter de clase del Estado, ni establecer una táctica y una estrategia para la toma del poder. Pero lo que sí resulta descorazonante, es constatar de qué manera este tipo de racionalidad burguesa contamina el discurso de la izquierda.
El pensador boliviano Juan José Bautista radicado desde hace años en México, suele narrar de un modo muy ilustrativo esta cuestión: “Llegué a México a principios de la década del ’90. Un poco antes cae el Muro de Berlín y luego se da la desintegración de la Unión Soviética. Ya había comenzado la explosión del modelo neoliberal, algo que se da en toda esa década. Yo creo que todavía no hemos hecho una evaluación crítica respecto de lo que ha significado el proyecto civilizatorio del modelo neoliberal, que no es solamente un modelo económico, porque produce un tipo de subjetividad que es literalmente egocéntrica. Ha atravesado de tal modo a la izquierda que ahora la izquierda razona con ese tipo de marco categorial. Supuestamente había triunfado el capitalismo, y supuestamente había fracasado el socialismo. Digo supuestamente, porque nada estaba probado seriamente (…) En esos años, el marxismo en el cual yo había sido formado estaba en crisis. Yo veía cómo sus grandes intelectuales se iban a la derecha. No estoy diciendo que del Partido Comunista Mexicano o del Partido Socialista Mexicano se pasaban al PRI. No, no estoy diciendo eso. Sino que sus principales referentes si antes luchaban por el socialismo, ahora estaban luchando por la democracia burguesa. Así literalmente lo expresaban.”
Hasta aquí, he intentado confrontar con la realidad no sólo las tergiversaciones de Feinmann, sino también de qué modo las trampas del posmodernismo van vertiendo sedimentos ideológicos que van conformando las estrechas fronteras de la realpolitik. Para ello me pareció pertinente traer algunas citas que me parecen de importancia para este debate.
Sin embargo y para terminar, he encontrado al pie de la nota mencionada y entre muchas críticas, el comentario de un lector, alguien que se firma con el nick “juankacongreso”, que con sencilla elucidación desnuda las intenciones del autor:
“¿Qué es el populismo Sr. Feinmann? eso que aparece entre dos crisis recurrentes del capitalismo donde el capital expropia compulsivamente parte de la rentabilidad perdida en manos de la población sobrante del sistema, generalmente cada 10/15 años.
En la nota ya abre el paraguas, con la soja a 200 y no a 500 y el pistolero Trump en Washington va a ser mucho más laborioso, amén que cada crisis de un capitalismo que hace agua en todo el mundo, es mucho más aguda. Macri salvó las papas del «populismo» en el 2015, nos metió a Prat-Gay y Dujovne pero nos salvó de Blejer y Bein, los economistas del Scioli bendecido a dedo por Cristina, ¿Que va a pasar el año que viene? Nada, lo de siempre, inflar algún salvavidas hasta dentro de otros 10 años.”
(*)Aunque a partir de la presentación de su libro, el pasado 9 de mayo, esa incógnita empieza a despejarse. “Contrato social” en el manual del populismo es congénere de otros tantos experimentos ya fallidos, tal el caso del GAN de Lanusse, o del Pacto Social del tercer peronismo. En este contexto se repetirá la misma tragedia para la clase obrera, pero esta vez acentuada por las condiciones que pretenderá imponer el FMI: congelamiento de salarios, aumento de tarifas y renta asegurada para la clase explotadora. El neokirchnerismo comienza a perfilarse. Una receta ya conocida para adaptarse a la coyuntura.