Por Eduardo Ibarra
Dentro del ámbito de la izquierda siempre hubo períodos históricos donde predominaron determinadas teorías y líneas políticas. En lo referente al marxismo de principios del siglo XX hubo una corriente predominante encabezada por la socialdemocracia alemana, que proponía una vía pacífica hacia el socialismo. Se consideraba al Estado como una entidad neutra con respecto a la lucha de clases, el cual podía ser reformado desde sus propias instituciones. Posteriormente esta corriente encabezada por Karl Kautsky y Eduard Bernstein fue refutada por Lenin y derrotada por la experiencia de la Revolución Rusa.
A partir de 1917 la línea leninista dará un nuevo impulso y desarrollo teórico-práctico al marxismo, rescatando la concepción de la lucha de clases como matriz fundamental del análisis de Karl Marx.
El surgimiento del estalinismo, después de la muerte de Lenin, transformará al marxismo en dogma subordinado a los intereses de la nueva burocracia soviética, cuyo único propósito fue el de revestir las políticas estatales bajo una impronta cientificista imbatible. Un dogma impuesto a los restantes partidos comunistas del mundo bajo la premisa de la evolución histórica por etapas, las cuales se deberían cumplir en formas indefectibles y similares a los modelos sistémicos de los países europeos, es decir, de la esclavitud al feudalismo y del feudalismo al capitalismo para llegar finalmente al socialismo.
En las décadas posteriores a la Segunda Guerra mundial surgieron nuevas corrientes académicas en Europa, entre las cuales se destacó la concepción del filósofo francés Louis Althusser, quien proponía un “marxismo” antidialéctico de corte espinoziano, donde la estructura y la superestructura se relacionaban a modo de reflejo sin ninguna relevancia con respecto al accionar del sujeto socialmente consciente.
Tanto el estructuralismo althuseriano, como el dogmatismo estalinista, tuvieron gran repercusión en América latina hasta que a fines de los ’60 comenzaron a surgir nuevas corrientes marxistas y revolucionarias que proponían nuevas lecturas de los textos de Antonio Gramsci[i].
El primero en introducir el pensamiento de Gramsci en nuestra América fue el peruano José Carlos Mariátegui, quien trató de enfrentar la línea cultural de Moscú basada en el llamado realismo socialista, a fines de la década de 1920. Su legado no tuvo repercusión inmediata hasta que en 1963 un grupo de comunistas argentinos díscolos inauguraron la revista Pasado y Presente en la provincia de Córdoba. Si bien la revista tuvo una corta existencia, su repercusión en los nuevos partidos de izquierda y en las organizaciones revolucionarias fue de gran importancia. Las figuras más destacadas de Pasado y Presente fueron José Aricó y Juan Carlos Portantiero, quienes se exiliaron en México a principios del golpe militar en 1976. Desde el exilio siguieron produciendo una importante cantidad de obras hasta el retorno a la Argentina, con el inicio del período democrático en 1983.
Una vez reinstalados en el país conformaron el Grupo Esmeralda, cuya función fue la de asesorar al gobierno socialdemócrata de Raúl Alfonsín. En esa etapa abandonan todo rasgo de identidad marxista leninista, trastocando el pensamiento de Gramsci en un compendio de conceptos útiles para cualquier programa político burgués.
Con la hegemonía y dominio del capitalismo global en la década de los ‘90, como consecuencia del fin del campo socialista y de la derrota de los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo, muchos de los partidos comunistas y las organizaciones de izquierda comenzaron a girar hacia posiciones socialdemócratas o autonomistas. Ambas corrientes tuvieron una misma característica: la de no disputar el poder sino adaptarse o marginarse del mismo.
A partir de la crisis del llamado neoliberalismo, a principios del siglo XXI, surgieron en América Latina nuevos tipos de gobierno de impronta popular o populista. Este período trajo aparejado el nacimiento de nuevas teorías que pretendían avalar o crear una identidad izquierdista en esos nuevos gobiernos.
Argentina. Viraje al reformismo
En la Argentina el filósofo Ernesto Laclau encabezó, en paralelo con el advenimiento del kirchnerismo, la conformación de una teoría del populismo como único sector político capaz de disputar el poder sin cuestionar las relaciones sociales del sistema capitalista.
Para Laclau, Gramsci sólo era rescatable si sus conceptos tenían alguna utilidad para su teoría populista. Por esa razón, tomó el concepto de hegemonía como una mera herramienta política.
Su idea o utilización de la hegemonía gramsciana implicaba un abordaje coyuntural de la sociedad, en base a determinadas demandas no satisfechas en la que distintos grupos sociales se coaligan o distancian frente al Estado. El conjunto de la sociedad era abordada desde una identidad sin referencia a las clases sociales, en el sentido marxista, y con cierta volatilidad en cuanto a la identificación y a la separación entre los distintos grupos demandantes. Dentro de éste esquema el rol del populismo implicaba la posibilidad de amalgamar a los distintos intereses grupales (contenido del significante vacío), para darle un sentido de pertenencia y coerción política. La hegemonía sería, al menos en teoría, la capacidad de coaligar a los distintos sectores sociales frente a un otro contrario, o sea un partido antipopular.
Frente a esa (supuesta) hegemonía del kirchnerismo en la primera década del siglo XXI, varios partidos comunistas y de izquierda se fueron sumando al proyecto populista, avalando implícitamente la reformulación del análisis gramsciano en clave reformista.
La debacle del kirchnerismo dio paso, por primera vez, a un gobierno de derecha elegido electoralmente, pero que sucumbió ante la profundización de la crisis económica y que posibilitó el retorno de una nueva coalición de gobierno encabezada por Alberto Fernández, integrando tanto al kirchnerismo como a los sectores de la derecha peronista. Este nuevo frente heterogéneo, sin la impronta populista, arrastró a la definitiva claudicación de los partidos de izquierda adherentes.
Paradójicamente los partidos izquierdistas sustentaron la política de alianza recurriendo – aunque lo desconozcan – a la concepción de la hegemonía, en el mismo sentido propuesto por Laclau.
Nuevos argumentos no tan nuevos
Para la izquierda[ii] integrante del gobierno[iii] los programas y las disputas se encuentran supeditados al ámbito de la conformación de listas electorales (donde sólo negocian escasos cargos de importancia marginal o nula) y no en las relaciones sociales de producción y reproducción del sistema.
Sus argumentos se basan en por ejemplo:
- “La carencia de una correlación de fuerzas favorable que obliga a coaligarse con una fuerza de mayor arraigo y caudal de votos”:
Este concepto a modo de consigna es una mera abstracción de lo que implica la relación entre la táctica y la estrategia revolucionaria en cada estadio histórico. Ningún partido revolucionario, ni ninguna revolución triunfante, supeditaron la correlación de fuerzas a los acuerdos con partidos burgueses, ni mucho menos la subordinación a los mismos.
El ejemplo más claro lo demuestra la experiencia de Vietnam donde la correlación de fuerzas nunca estuvo del lado de los comunistas. La correlación de fuerzas frente al imperialismo francés o norteamericano sirvió para implementar la táctica de combate y la forma de organización político militar, para desarrollar la lucha en tres niveles: milicias populares de auto defensa a nivel local en cada aldea no dominada por las fuerzas imperialistas, milicias móviles regionales para atacar las zonas más débiles del enemigo y ejército regular para pasar a la ofensiva.
En las distintas circunstancias, sean o no revolucionarias, siempre prevalece la independencia de clase ante la coyuntura y la estrategia ante la táctica. Ningún Partido revolucionario tuvo la correlación de fuerzas a su favor hasta la conquista del Estado.
- “Diferenciación entre el enemigo principal y secundario”:
Esta frase implica aceptar y convalidad la pelea entre partidos en la contienda electoral, donde la opción es subordinarse a los partidos de las distintas fracciones de la burguesía.
Los partidos de izquierda que integran la nueva coalición del Frente de Todos refieren como enemigo principal al partido del ex presidente Mauricio Macri (PRO), pero se cuidan de no definir al enemigo secundario para no tener que apuntar hacia adentro de su propia alianza. En este caso el perro no muerde la mano del amo.
- “Todo es complejo”:
Un lugar recurrente de los análisis propios de la inteligencia partidocrática es recurrir al carácter complejo de las relaciones sociales y el Estado, como argumento teórico para su presencia dentro del gobierno. Claramente la palabra complejidad o complejo implica un contraste con una etapa donde las relaciones sociales se reproducían dentro estructuras simples (y sencilla). Pero ¿qué significa complejo? Si hoy la realidad es compleja ¿hay distintos grados de complejidad? ¿Cómo se mide?
Marx sostenía que cada generación se planteaba la solución a sus problemas de acuerdo a su capacidad para resolverlos. Por consiguiente, la complejidad o simplicidad no es una categoría histórica ni teórica del marxismo, sino la capacidad de las fuerzas sociales frente a los problemas de su tiempo. Seguramente los obreros de la Comuna de París sintieron y vivieron su realidad como compleja, y no percibieron a Versalles como algo simple.
- “La lucha es por la hegemonía y por medio de la batalla de ideas”:
Este sector claudicante ha tomado a la hegemonía como concepto central en el pensamiento de Gramsci y a la batalla de ideas como un ámbito exclusivo de disputa retórica.
El concepto de hegemonía aparece en los escritos de Gramsci tardíamente en los cuadernos de la cárcel y no forma parte del eje central de su pensamiento, sino todo lo contrario, su mirada se encuentra puesta en la formación del partido leninista y la lucha revolucionaria de acuerdo a un determinado contexto histórico social. El término hegemonía no se explica por sí sólo, como pretenden diseccionar los intelectuales orgánicos del reformismo, sino dentro del desarrollo de un análisis que refiere a las formas en que se manifiesta la lucha de clases.
Tomar a la hegemonía como un mero elemento retórico de convencimiento ideológico es desconocer cómo se reproduce el sistema y cómo se institucionalizan las relaciones sociales, en la que la violencia constituye el eje articulador y organizativo de la sociedad en cada uno de sus ámbitos.
Tampoco la hegemonía refiere a partidos políticos sino a clases y fracciones que conforman esos partidos.
La utilización de la batalla de ideas como ámbito exclusivo de la lucha política es la manifestación de la claudicación de todo programa revolucionario y socialista, que desconoce la participación del sujeto social potencialmente revolucionario en su capacidad de transformación.
Tanto en los escritos de Gramsci como en la propia historia de las organizaciones revolucionarias y de las revoluciones triunfantes, no hay una disociación entre hegemonía y violencia ni una suerte de etapa entre uno y otro ámbito. Ninguna clase social impuso sus intereses a las clases subalternas por medio de un consenso o hegemonía, sino que se ejerció tanto la violencia implícita como explícita en forma constante.
El elemento clave, que los promotores de este cierto marxismo cultural no mencionan, es el ejercicio de poder que conjuga tanto el consenso como la violencia.
Claramente, sostener que en la actualidad lo que prima es una batalla cultural por el sentido común, es abandonar la lucha de clases y desconocer la violencia cotidiana que los trabajadores sufren permanentemente, lo cual se manifiesta la distancia social e ideológica que separa a esos cuadros políticos de la clase.
La hegemonía cultural y la batalla de ideas, como meras retóricas discursivas, son la manifestación del abandono del leninismo como forma de organización revolucionaria y de la lucha de clases como ley fundamental del marxismo.
Preguntas finales
Como todo partido que defecciona, sus intelectuales orgánicos y cuadros políticos podrán argumentar, desde la libre interpretación del marxismo, las posiciones tomadas. Pero ante una organización que se sigue autopercibiendo marxista es necesario preguntarse: ¿Cuál es la estrategia revolucionaria que guía las tácticas? ¿Cuáles con los objetivos de esas tácticas dentro de la coalición electoral del actual gobierno? ¿Qué los diferencia de la socialdemocracia alemana de principios del siglo XX? ¿Cómo desarrollan la lucha de clases dentro del gobierno? ¿De qué modo producirán un cambio cualitativo entre un frente electoral y un frente de liberación nacional y socialista?
[i] Si bien hubo varias corrientes dentro de los distintos partidos de izquierda y las organizaciones revolucionarias, creemos que, tanto en el ámbito académico como político, fueron las expuestas en la nota las más preponderantes.
[ii] Utilizamos el término izquierda para definir a los partidos que apoyan al Gobierno de Alberto Fernández para diferenciarlos de las demás agrupación de extracción peronista, aunque consideramos que han abandonado la identidad y los programas de la izquierda argentina.
[iii] La integración de estos partidos no significa que tengan algún tipo de relevancia en las políticas de Estado o pero en las decisiones.