Por Padre Camilo
La configuración nítida de un sistema civilizatorio capitalista moderno a escala global y la emergencia de la burguesía como clase dominante en el último tercio del siglo XVIII (desarrollos técnico-industriales, económicos y financieros en Inglaterra y Escocia;
independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra; revolución francesa) fue precedida por eventos y procesos revolucionarios en lo político, económico y socio-cultural ya un siglo antes en ocasión de la llamada ‘Revolución de los Santos (1640-1660) dirigida entre otros por Oliver Cromwell; el desarrollo financiero y comercial ultramarino del capitalismo holandés a principios del siglo XVII y, antes aún, en el siglo XVI por la rebelión de los campesinos de 1524-1526 dirigida por el teólogo protestante radical Thomas Müntzer que fuera definida por Federio Engels como la ‘primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía’. Vale decir, llegar a la victoria revolucionaria definitiva fue el resultado de un largo proceso de construcción agonal (de lucha), una construcción que llevó más de doscientos años. Dicho gráficamente, cuando se toma la Bastilla el llamado ‘antiguo régimen’ está históricamente liquidado aunque aún pueda resistir y provocar daño frente a los órganos de poder de la nueva clase dominante.
El párrafo anterior intenta esbozar un marco teórico interpretativo para pensar la experiencia soviética de 1917-1991 como ‘la Comuna de París’ de la civilización post-capitalista y socialista de nuevo tipo que imaginamos (y deseamos) será dada a luz por la lucha organizada y consciente de la clase trabajadora y los pueblos oprimidos todavía en el presente siglo XXI. Decimos, ni más ni menos, que Octubre del 17 fue un ensayo. El más profundo y prolongado posible pero un ensayo limitado, no dotado de la profundidad y radicalidad necesarias de acuerdo a las demandas y dimensiones de la tarea emprendida. En primer lugar por el angostamiento y osificación debidos a la deriva burocrática en tiempos de Stalin, sobre todo a partir de que las grandes purgas de 1937-38 terminaron de liquidar a la vieja guardia bolchevique y clausuraron definitivamente las formas públicas de debate político-ideológico creador. Por otro lado, hacia el fin de la experiencia ya en crisis, la ‘perestroika’ condujo a una veloz interrupción de cualquier curso democrático de profundización socialista virando a una restauración capitalista en toda la línea bajo la dirección de signo ‘socialdemócrata’ de Mijail Gorbachov. Ya para entonces, sin embargo, era claro que el régimen mismo se había alienado lo suficiente de su base social originaria como para que, como fue evidente, no fuera de ninguna manera masiva y ni fuerte la resistencia obrera y popular a dicho rumbo liquidacionista de las conquistas de Octubre.
Postulamos que, tal vez, un punto de arranque para pensar desde dónde retomar lo que siempre fue una ‘larga marcha’ hacia la edificación y conquista definitiva de un nuevo orden social sin explotadores y explotados son algunas de las elaboraciones del último Lenin. Concretamente encontramos valiosas aportaciones y lúcidos análisis del camino recorrido hasta entonces ý sus necesarias proyecciones a futuro en la serie de artículos que el gran revolucionario ruso escribió y que luego fue reunida en la compilación editada como su ‘Testamento político’.Me refiero a los que llevan por título (de acuerdo a la edición que publicara en 1987 nuestra Editorial Anteo en la colección Pequeña Biblioteca Marxista-Leninista): Páginas de un diario; Sobre el cooperativismo; Nuestra revolución (A propósito de las notas de N. Sújanov); Cómo debemos reorganizar la Inspección Obrera y Campesina (Proposición al XII Congreso del Partido) y Mejor menos pero mejor. En esos cinco artículos de tono programático y de balance publicados en el periódico Pravda entre Enero y Marzo de 1923 tenemos, en mi opinión, la mirada más auténtica de hasta dónde habían llegado los bolcheviques hasta entonces, qué dificultades, peligros y límites enfrentaban y a través de qué desarrollos y herramientas e impulsos pensaba Lenin que debían hacer ajustes y rectificaciones para iniciar con pie firme una proyección victoriosa de la causa socialista a futuro. En ese sentido, quizás uno de los aspectos más interesantes de estos artículos es que reiteradamente Lenin señala y advierte que las tareas que enuncia están pendientes; vale decir, son desafíos por abordarse para que la propia revolución tenga perspectiva y sea, dicho en términos actuales, sostenible y sustentable.
Sin ánimo de evitarle a nuestros lectores la placentera tarea de revisitar esos artículos, tan breves como profundos, tan útiles como necesarios de reponer y, por supuesto, de ser leídos también con sentido crítico y auto-crítico hoy en día a fin de extraer lecciones y proponernos tareas; me permito mencionar apenas dos o tres planteos sobre los que una y otra vez vuelve Lenin: la necesidad de encarar una profunda y amplia revolución cultural sobre la consciencia (hoy diríamos la subjetividad) obrera y popular con sus correspondientes herramientas educativas, propagandísticas y organizativas y la demanda de darle implementación efectiva, articulación y mayor extensión y protagonismo a las formas de economía cooperativista como una manera de – mediante la movilización y educación de las fuerzas sociales campesinas ligadas a esa economía – ponerlas al servicio de una edificación socialista sólidamente arraigada en el pueblo y sus organizaciones en todos los niveles. Quedará para futuros (aunque nunca acabados) debates las consideraciones que en alguno de estos trabajos hace Lenin en cuanto a la relación entre formas de capitalismo de Estado y economía socialista existente aún en esa particular coyuntura de comienzos del año 1923.