ASALTO AL CIELO

Por Lucho Broz——

Ensayo introductorio sobre la historia económica de la Revolución Rusa

Las siguientes líneas decepcionarán al lector que espere hallar una nueva reversión de la vulgata sobre el proceso y los acontecimientos más destacados que llevaron a los bolcheviques al poder en 1917. El objetivo de este artículo es aportar aproximaciones a quienes busquen comprender qué significó la Revolución Rusa en términos materiales, estructurales, considerando que ninguna revolución del siglo pasado transformó tan radicalmente la materialidad sobre la que operó. Ninguna fue tan profunda como la Revolución Rusa.

Evidentemente, para muchos no es sencillo dejar de pensar la historia de este proceso como si se viviera con el tiempo detenido en la interna del PCUS de los años ´20. Entonces, en lugar de analizar críticamente esa apariencia dicotómica y enmarcarla dentro de un desarrollo que la excede por mucho, se la observa como si la interna se hallara actualmente en curso y se estuviese participando de ella. Desde el enrolamiento en alguna de las facciones contendientes se juzga al conjunto del proceso, se evalúa el todo con el criterio de la parte.

El espíritu de este texto es brindar herramientas para superar esa trampa ideológica. Esto es necesario a fin de visibilizar los resultados concretos que arroja la experiencia más transformadora del siglo, ya que, si la Revolución alcanzó esos grados de profundización fue porque el programa estructural no sólo sobrevivió a la sangría intestina, sino que se realizó a través de esta. Y se supo llevar hasta las últimas consecuencias.

Para culminar estas aclaraciones preliminares, adelantaré algunas cuestiones respecto a las categorías que empleo. Por una parte entiendo como clase obrera al sujeto desposeído de la propiedad privada de los medios de producción, aun cuando pudiera ejercer control efectivo sobre los mismos, desempeñando tareas de dirección o gerenciamiento, que lo incluyen igualmente como asalariado, vendedor de fuerza de trabajo. Por otra parte, no concibo a la dictadura del proletariado como una asamblea universal, donde participan en igualdad de condiciones todos los individuos que componen el sujeto. A modo de contraejemplo, la dictadura de la burguesía, incluso en su forma actual de democracia formal pluripartidista, no es ejercida al unísono por el conjunto de los burgueses, compartiendo cuotas de poder, repartidas simétrica y equitativamente entre ellos. Los grupos que ostentan el poder en representación del programa burgués intentan subordinar a sus compañeros de clase, que muchas veces son, a su vez, rivales políticos. Lo que determina el carácter de clasista es el contenido del programa estructural que el poder lleva adelante, cuyas formas políticas pueden manifestarse como el despotismo de la más cerrada camarilla. Del mismo modo, la dictadura del proletariado, se dio eliminando a toda su competencia política, pero también concentrando el poder en un estrecho sector de la jerarquía partidaria, al interior de la propia clase obrera.

Por último, todas las apreciaciones que están contenidas en este proto ensayo no se corresponden necesariamente con el pensamiento de los compañeros que integran la redacción de Centenario. Porque soy consciente de que estos planteos invitan a la controversia, pero el estudio no deja de señalarme su justeza, me adjudico plenamente la responsabilidad sobre sus contenidos y no pretendo que sean asumidos por línea editorial alguna.

En fin, retomando lo dicho al comienzo, el proceso previo al triunfo bolchevique que está próximo a cumplir sus primeros cien años, quedará pendiente para artículos futuros. A continuación nos centraremos en la obra revolucionaria. Porque, a diferencia de lo que suele creerse, la Revolución no triunfa con la conquista del poder, allí apenas comienza.

EL PALACIO VENCIDO

En los días victoriosos que sucedieron inmediatamente al asalto del Palacio de Invierno, se constituyó un gobierno obrero en la capital de un imperio eminentemente campesino, donde el partido bolchevique, a la cabeza del proletariado activo, conquistó las ruinas de un aparato estatal en desintegración. El poder del régimen naciente apenas alcanzaba los principales centros urbanos y se veía a sí mismo como una comuna en armas, el bastión temprano de una revolución internacional, considerada tan próxima como necesaria. La revolución rusa no tenía esperanzas de sobrevivir si el proletariado de Europa no se retiraba de la IGM (Primera Guerra Mundial), entonces en curso, para volver sus armas contra las burguesías de sus respectivas naciones y, tras librar la batalla final, tomar el poder en la vanguardia del capitalismo. Pero, a su vez, el triunfo del proletariado ruso en las jornadas de octubre y el desmoronamiento del imperio del zar eran la prueba más contundente de que el capitalismo había ingresado en una crisis terminal y que la revolución mundial encabezada por la clase obrera de los países avanzados estaba próxima.

Lo cierto es que al retirarse de la IGM, la Revolución rusa le declaró la guerra a toda la burguesía europea y mundial. Mientras la victoria del proletariado a escala universal, que traería la única paz definitiva, demoraba su concreción, la clase obrera rusa debió encarar un proceso mediante el cual concentraría bajo su control todos los recursos políticos y económicos para enfrentar con éxito la contrarrevolución local e internacional. Dicho proceso puede observarse desde dos aspectos analíticamente distinguibles: la progresiva centralización del capital a nivel nacional hasta alcanzar cotas cuasi absolutas (apropiación de los medios de producción por la clase trabajadora bajo la figura de la propiedad estatal), acompañada paralela e indispensablemente por una concentración del poder político en el Estado obrero, es decir, la máxima elevación de la capacidad del proletariado organizado para imponer su voluntad sobre sus antagonistas, que sólo fue posible practicar mediante una dictadura de partido único, fuertemente concentrado en su dirección.

La Revolución necesitaba expandir la autoridad obrera hacia el resto del territorio nacional y abandona rápidamente su embrionaria fase de comuna para constituirse en Estado, reorganiza su aparato técnico burocrático tanto en la administración, en la vigilancia política, como en la producción, funde sus formaciones milicianas en un ejército regular cuya oficialidad proviene mayoritariamente de las antiguas armas zaristas y somete los soviets locales al soviet que dirige el Partido Bolchevique.

LA CENTRALIZACIÓN

I. Comunismo de Guerra

Durante los años que duró la guerra civil rusa (1918-1920), la centralización del capital avanzó rápidamente hacia posiciones que en los posteriores tiempos de paz serán imposibles de sostener. Al conjunto de medidas adoptadas por la Revolución en este periodo se lo conoce como “comunismo de guerra”.

Aun así, no se llegaría a controlar efectivamente, más que a través de incursiones violentas, el sector fundamental de la economía rusa.

El principal productor de excedente en la Rusia de entonces era el campo. La población campesina rondaba el 80% del total. La producción agraria suponía la columna vertebral de la estructura nacional. Su control será el principal desafío para el partido de la clase obrera. Pero la Revolución proletaria no llegaba aún al campo, allí son los campesinos quienes, al observar el derrocamiento de la burguesía noble terrateniente, toman las tierras y las reparten entre ellos, creando un modelo de propiedad individual que contemplaba desde el minifundio hasta haciendas de mayor tamaño. Este movimiento espontáneo del campesinado se realiza fuera del control del proletariado revolucionario, los bolcheviques carecen de inserción en las zonas rurales y apenas se limitan a emitir un decreto que estatiza toda la tierra cultivable, pero la entrega en tenencia a los campesinos que la ocuparon y la explotan. Simplemente, se legaliza lo que ya ocurre de hecho. La debilidad del partido del proletariado entre los campesinos es obvia.

Esta división desorganizada de la tierra productiva en minifundios multiplicó en la práctica la propiedad privada y liquidó el excedente que el gobierno obrero requería para alimentar a los trabajadores urbanos y a las tropas movilizadas por el Ejército Rojo. Entonces, la obtención de grano para tales fines se realiza mediante requisas compulsivas. Partidas armadas recorren el campo confiscando el alimento a través de la coacción, recurriendo, cuando resultaba necesario, a la toma de rehenes y las ejecuciones sumarias. Lenin inaugura la práctica propagandística de utilizar la clasificación de kulak (campesino rico) como insulto contra cualquier granjero que se resistiese a entregar su cosecha.

A esta época corresponde la aparición de los primeros koljós (haciendas colectivas) y sovjós (haciendas del estado). Ambos experimentos con los cuales el poder bolchevique buscó operar entre los campesinos sin recurrir a la fuerza gozaron de escasa ventura, pronto aparecería la resistencia minifundista, sobre todo, contra la gran hacienda estatal. El consenso campesino como vehículo para expandir la revolución proletaria hacia el campo, no resultó. El campesinado ruso había realizado su propia revuelta autónoma, enarbolando un programa pequeñoburgués, aspirante a la propiedad individual de la tierra. La contradicción con el modelo de cultivo colectivo a gran escala que los bolcheviques intentaron exportar al campo es evidente. Y es por ello que a la Revolución su estado de debilidad fuera de los centros urbanos la obligará a operar siempre externamente sobre la enorme mayoría de la población rusa, aplicando medidas que combinan la concesión y la coacción. Sus primeros decretos sobre la situación agraria contienen en esencia el programa eserita, auténtico partido del campesinado, pero se garantiza el acopio de grano mediante el terror de las armas.

Fuera del espacio rural, la centralización económica fue abrumadora. La burguesía urbana resultó rápidamente vencida y expropiada. Se nacionalizó el grueso de la industria, el comercio y la banca. Fue creado el VASENJA, órgano de la centralización industrial a fin de evitar las tomas espontáneas de fábricas por los obreros organizados en comités, y se puso la gestión en manos de una corporación de especialistas, muchos de los cuales eran los antiguos dueños expropiados por la revolución.

Hacia 1920 la victoria del Ejército Rojo en la contienda contra la contrarrevolución local y la intervención de las potencias extranjeras era irreversible. Pero la economía había colapsado. Las requisas sistemáticas hicieron que el campesinado dejara de producir un excedente que sabía le sería arrebatado a punta de fusil. Los campesinos se revelaban: algunos, retrocediendo a una agricultura de subsistencia; otros, ocultando y comerciando el grano con traficantes ilegales, que revendían en las ciudades a precios extorsivos. Amparados en la propiedad fáctica de la tierra le negaron a la Revolución el acceso al alimento. Entonces, los motines agrarios estallaron, hombres desmovilizados que habían servido a las armas durante la guerra civil se lanzaron al pillaje. La amenaza del hambre hizo su aparición. Sin insumos ni alimentos, se paralizaron las fábricas y los transportes, la población abandonaba las ciudades para migrar masivamente al campo en busca de comida. Moscú y Petrogrado, las grandes urbes industriales donde el proletariado revolucionario poseía sus bastiones políticos y sociales, perdieron el 44,5% y el 57,5% de su población respectivamente, una estadística aberrante que muestra por sí misma el tamaño de la catástrofe social. El campesinado estaba engullendo a la clase obrera.

II. NEP

La NEP (Nueva Política Económica) fue una tregua con el campesinado a fin de superar la crisis, basada en el abandono de las requisas sistemáticas por parte de la Revolución para hacerse con el alimento y en la apertura de un libre mercado donde se realizaría el intercambio entre la ciudad y el campo. El Estado obrero conservaría el control de la industria de envergadura y el comercio exterior. La industria vendería sus manufacturas a los campesinos a cambio del grano. El objetivo principal de la NEP era restaurador, se trataba de un paso atrás en la centralización. La orden de Lenin a los comunistas fue que aprendieran a comerciar.

El comunismo de guerra no fue caprichosamente abandonado, el hambre obligó a revisar el rumbo. Urgía volver a producir el excedente agrario indispensable para alimentar a la población obrera, pero la tierra no estaba en manos de la Revolución. Por lo tanto, la tarea era lograr que los campesinos cultivaran, cosecharan y entregaran el grano que habría de consumirse en la ciudad. Esto se logró mediante un compromiso, una alianza obrera y campesina en la cual el grano ya no sería arrebatado por la fuerza, sino que se obtendría a través del comercio.

Según el nuevo modelo, los campesinos debían destinar una proporción fija de su producción al intercambio con el Estado, pudiendo comerciar libremente el resto. Como consecuencia, la industria estaba destinada a producir bienes para el campesinado, de modo tal que el objetivo de consumir dichos bienes resultara un estímulo para los campesinos en la producción del excedente comercializable.

El sector industrial, aquel en que más había avanzado la centralización de la propiedad en manos de la clase obrera bajo la figura de la propiedad estatal, sufrió un proceso de descentralización administrativa. La gestión del capital industrial se dividió en grandes trust que abarcaban varias empresas cada uno y eran dirigidos por los llamados “especialistas burgueses”, es decir los ya mencionados antiguos propietarios. A estos, la Revolución les devolvió la administración de las empresas que les supo expropiar, pero en calidad de concesión a cambio de un canon. La financiación de la actividad industrial no corría por cuenta del presupuesto estatal sino que cada trust debía garantizársela obteniendo ganancias en el libre mercado. El partido de la clase obrera consolidaba un modelo en el cual la explotación de dicha clase cumplía un rol fundamental en la capitalización de las empresas estatizadas.

El comercio, por su parte, se hallaba disputado entre organismos estatales y comerciantes privados.

El acopio, o sea la compra de granos por parte del Estado, jugaba un papel central. En primer lugar, permitía colocar alimentos económicos en el mercado urbano y de este modo abaratar la reproducción de la fuerza de trabajo del proletariado, ampliando el margen de excedente que los trust pudiesen apropiar. Para que los precios se mantuviesen estables, el Estado debía triunfar en la competencia con los comerciantes privados por la compra de productos agrícolas. Luego, el cereal era entonces el principal bien exportable que permitía adquirir las divisas necesarias para la importación de bienes de capital, maquinarias y herramientas, destinados a expandir la industria.

La Revolución se mostró exitosa en su tarea restauradora a costa de limitar la profundización de su alcance. Rápidamente el modelo de la NEP logró sacar a la economía de la crisis en que se encontraba previamente, la producción tanto agrícola como industrial alcanzó índices cercanos a los que precedieron la entrada de Rusia en la IGM. Sin embargo, tan pronto como supo recuperar la actividad productiva y el comercio, el modelo mostró sus contradicciones. La primera de ellas se manifiesta en lo que es conocido como la “crisis de las tijeras”, carátula que hace referencia a las furiosas fluctuaciones de precios del agro y la industria. Entre 1921 y 1922, la ciudad hambrienta generó una demanda de alimentos que superó por mucho la demanda de manufacturas en el campo, con lo cual los precios agrícolas se dispararon y los industriales se deprimieron. El salario real cayó bruscamente ante la inflación, golpeando directamente a la clase obrera, y el reducido mercado que el campesinado representaba para las manufacturas trajo una reducción de la producción industrial y una consecuente aparición del desempleo, fenómeno desconocido durante el comunismo de guerra. 1923 fue un año que halló, como mínimo, un millón de desempleados. Lo que aquí ocurría era una transferencia de recursos de la ciudad al campo. El comercio regido por la libre oferta y demanda permitía que el campesinado comprara manufacturas por debajo de su valor y vendiera granos muy por encima, de este modo, el excedente producido mediante la explotación del proletariado iba a parar a sus manos. La NEP brindaba un estímulo al productor agrario sacrificando a la clase obrera.

Los trusts, las corporaciones de la industria, respondieron con un movimiento de kartel, por un lado, aumentaron la productividad en base a la sobreexplotación, expulsaron trabajadores y redujeron salarios, así retiraron demanda urbana y achicaron el mercado para los productos agrícolas, presionando a la baja sobre sus precios. Por otro lado, acordaron reducir la oferta y sostener los precios de las manufacturas. El resultado fue una apertura de las tijeras en sentido inverso, los precios agrícolas se deprimían mientras los industriales se disparaban. El gobierno bolchevique se vio en la necesidad de implementar controles estatales que limitaran los efectos del libre comercio. La crisis fue paliada en gran parte gracias a la intervención del poder revolucionario mediante la maquinaria estatal, para recuperar el equilibrio en los precios. A medida que las contradicciones de la NEP salían a la superficie, se consolidaban las fuerzas que hallaban la solución en una centralización cada vez mayor. La crisis de las tijeras demostró al partido del proletariado que los desajustes de la NEP no podían ser resueltos dentro de los límites del propio modelo, la clase obrera organizada requería operar sobre el movimiento del capital con crecientes controles de precios y mayor potestad en la asignación de recursos.

A partir del año 1925 dichas contradicciones adquirirán carácter cada vez más dramático. Las necesidades de la Revolución comienzan a colisionar contra su política de tregua con la burguesía y pequeña burguesía ampliamente mayoritaria en el campo, aferrada a la propiedad fáctica individual sobre la tierra productiva.

La NEP había engendrado potentes corporaciones rivales que amenazaban con cooptar al Estado dirigido por el partido de la clase obrera. La más poderosa de ellas, sin dudas, la corporación agraria que conformaba el campesinado en su conjunto, reducto de la burguesía aún inexpugnable para la revolución, podía orientar el modelo hacia una clásica economía agroexportadora, productora de materias primas y alimentos para el comercio exterior, gracias a la alta productividad del trabajo agrícola y la disposición de suficiente tierra cultivable, e importadora de manufacturas y bienes de capital. Luego estaban los trutst industriales, los comerciantes privados que vehiculizaban la transferencia de excedentes y los sindicatos, atados a la contradicción de representar el interés general de la clase como un brazo más del aparato estatal, a la vez que presionaban por aumentos salariales e intereses de los obreros particulares en determinados sectores de la producción.

En relación al plan industrializador que debía adoptarse, en el Partido y en el Estado había quienes bregaban por un desarrollo que privilegiara la industria liviana, pues no demandaba grandes inversiones de capital que generaran cuellos de botella en otros sectores de la economía, su carácter mano de obra intensivo garantizaría el pleno empleo y, al producir bienes de consumo masivo, permitiría recuperar los recursos que absorbía y reinvertir rápidamente. Pero lo más importante de este modelo es que conservaría la alianza con el campesinado. Con matices, ese era el plan que se intentó seguir mientras la NEP estuvo en vigencia.

III. Industrialización y colectivización

La industria que se recupera en base al intercambio con el campesinado es la que se conoce como industria ligera, aquella que produce los bienes atractivos para los campesinos. La “alianza del textil”, denomina Lenin al compromiso obrero-campesino que permite el acopio de grano intercambiando, por ejemplo, vestidos. Pero desde que la revolución mundial había fracasado en la oleada de posguerra y el capitalismo europeo mostraba su capacidad de recomposición, la prioridad de la Revolución rusa para subsistir solitariamente en un entorno hostil, sin la posibilidad de contar con la solidaridad de un proletariado victorioso en Europa, era acortar la brecha productiva con occidente. Para ello resultaba indispensable el desarrollo de una industria que le permitiera armarse: la industria pesada, la producción de medios de producción. Sin embargo, este sector industrial rompe el esquema de la “alianza del textil” ya que su producción no está orientada a la seducción del campesinado. Por ello, cada vez que se asignan mayores recursos a la industria pesada a través de los organismos estatales que el poder obrero controla, los campesinos responden recortando la entrega de granos, puesto que disminuye la oferta de productos por los que estarían dispuestos a intercambiar. Así se entra en un círculo vicioso, el acopio cae y se entorpece la planificación, sin el grano necesario para importar maquinaria y alimentar a la clase obrera urbana es imposible avanzar en la ampliación de la industria pesada.

Por otra parte, el Poder soviético debe enfrentarse a la tradicional práctica de la especulación. Los campesinos prefieren vender el grano a los comerciantes privados. Estos pueden pagarlo más caro que los organismos estatales de acopio porque luego lo revenden en la ciudad a precios inflados. Dando muestras de la más coherente racionalidad burguesa, el campesinado se orienta a comerciar con los mercaderes particulares, e incluso oculta el grano cosechado esperando que la escasez eleve los precios del mercado, para venderlo cuando resulte más rentable. El acopio indispensable para llevar adelante los proyectos de la Revolución se estanca y los controles de precios quedan obsoletos. Las primeras crisis de acopio son afrontadas con políticas de mayores estímulos hacia el campesinado a fin de que este opte por vender la cosecha en lugar de acapararla. Se espera que si aumentan las ventajas para el productor agrario, la cosecha crecerá y se cumplirán los objetivos de acopio. La clase obrera internaliza a través del Partido la contradicción entre la necesidad de industrialización y el mantenimiento de la alianza con los campesinos, y se resuelve avanzar al unísono en ambos frentes: se reducen las cargas fiscales sobre los productores agrarios para que dispongan de mayores cantidades de dinero si colocan el grano en circulación, pero a la vez las instituciones estatales de la industria presionan por ampliar el crédito a la industria pesada. Lo que ocurre cuando entra en rigor esta contradictoria política de compromiso es que, al no aumentar la oferta de manufacturas producidas por la industria ligera, nuevamente los campesinos elijen acaparar la cosecha en lugar de cambiarla por mayores cantidades de un papel moneda sin valor en la práctica, ya que no hay productos por los cuales cambiarlo en los almacenes rurales.

En 1927 comienza a cristalizar seriamente el consenso en torno a la urgencia de desarrollar una industria pesada en condiciones de confrontar con occidente. Los temores de que se formara un bloque antisoviético hegemonizado por Inglaterra parecían concretarse y la amenaza de que por fin tendría lugar la esperada guerra con las potencias europeas oscurecía el panorama con la ruptura de relaciones Anglo-soviéticas.

La Revolución debió entonces afrontar la situación de que el acopio de grano no dependía únicamente del éxito de la cosecha, sino de la voluntad privada de los tenentes de la tierra.

La actitud del gobierno obrero encontró un momento bisagra en el pasaje de año entre 1927 y 1928. La recaudación de grano retrocedió cerca de un 55% en relación al período de 1926-1927, el abastecimiento de las ciudades y las exportaciones estuvieron en serio peligro, las circunstancias tornaron desesperantes. La necesidad de acelerar el desarrollo industrial era eminentemente política y el momento político era crítico. En mayo de 1928 se retomó la práctica de las requisas forzosas, esta vez bajo el nombre de “medidas excepcionales”. Los objetivos de acopio habían sido colocados tan alto por la presión industrializadora que el requisamiento contra los campesinos ricos resultaba insuficiente, el método se extendió también a la pequeña burguesía y al campesinado en general. En el Partido existía la idea siempre presente de organizar al campesino pobre en conjunto con la clase obrera para confrontar al terrateniente, pero sólo fue posible movilizar a los minifundistas cuando se les prometió que recibirían parte de los productos confiscados. Desde el momento en que el gobierno obrero ordenó centralizar todo el grano, minifundistas y terratenientes concentrados cerraron filas en un mismo bando contra las requisas revolucionarias. Las expropiaciones permitieron que el acopio se acerque a los objetivos fijados y a comienzos de 1928 se decide disminuir las medidas de fuerza, pero ni bien esto sucede, cae sensiblemente la recaudación de grano. Estaba claro que el acopio dependía ya directamente de la coacción contra los campesinos. Esta pasaba a ser la única vía para someter la corporación agraria al proyecto de la clase obrera. Una vez sistematizadas las medidas de excepción, se había tendido un puente que conducía a la adopción de una política que afrontara la superación definitiva de la NEP.

En este sentido, la voz de vanguardia la había portado Yevgueni Preobrazhenski, un destacado economista bolchevique, que ya en el primer lustro de los años 20 sistematizó un modelo de industrialización acelerada que se alzaba en oposición a una recién nacida NEP. El programa de Preobrazhenski suponía un rápido desarrollo de la industria pesada adaptado a las condiciones que presentaba un país como la Rusia de su tiempo. En un contexto de aislamiento internacional, sin posibilidad de acceso al crédito externo y con una industria local de escala tan reducida que le resultaba imposible autofinanciar su rápido desarrollo, el excedente que sostendría el proceso debía provenir de la explotación agraria, a costa de sacrificar al campesinado. Lo que el propio autor llamaba “acumulación primitiva socialista”, remitiéndose a los inicios históricos del capitalismo mundial, consistía en la explotación de los productores rurales por parte de la clase obrera, con el objetivo de acumular los recursos necesarios que serían destinados al desarrollo de una industrialización acelerada, privilegiando la industria pesada sobre la ligera y la producción de medios de producción sobre la de bienes de consumo. Por otra parte, las grandes masas campesinas serían separadas de la tierra y llevadas a la ciudad para engrosar las filas del proletariado, que operaría en la gran industria naciente. Es decir, toda la sociedad, el campesinado, los consumidores urbanos, y los trabajadores fabriles tendrían que ser sometidos al régimen de acumulación. No es difícil encontrar la analogía con el proceso de enclossure que dio vida al capitalismo en Gran Bretaña entre los siglos XVI y XVIII, sólo que la transformación realizada a lo largo de varios centenares de años en Europa, habría de realizarse en unas pocas décadas dentro de la Unión Soviética.

Lo notable es que a pesar de esta evidencia, el adelantado Preobrazhenski ve en su programa la superación del modo de producción capitalista, cuando en verdad lo que estaba proponiendo, y lo que finalmente ocurrió en la URSS, era la más acertada forma de desarrollo pleno del capitalismo. Un capitalismo donde la clase obrera barre a la burguesía para centralizar en sus manos la propiedad del capital de forma casi absoluta y, organizada burocráticamente en su partido, administra, desde la dirección del Estado, la explotación sobre sí misma, ya no para sostener el consumo privado de una clase propietaria, sino únicamente para reproducir el capital que ahora le pertenece.

El programa de Preobrazhenski fue adoptado por Trotski y, luego de derrotar a Preobrazhenski, a Trotski y a otros jerarcas bolcheviques en la disputa interna por la conducción del proceso, finalmente fue puesto en práctica por Stalin. Si a comienzos de la década del 20, el consenso general dentro del partido era que esta propuesta de industrialización parecía inviable, en el ocaso de dicha década la mayoría estaría de acuerdo en que era indispensable.

El Partido asumió que la única vía por medio de la cual se podría garantizar la provisión de grano necesaria para encarar plenamente el proceso de industrialización acelerada era la colectivización del campo. El tiempo de la tregua con el campesinado había llegado a su fin y, empleando el aparato estatal, el Partido de la clase obrera organizada se propuso expandir su control sobre aquellos espacios que aún se resistían a ser sometidos. Se generalizó la conciencia de que la política de conciliación pluriclasista con los campesinos al interior del país, en un contexto internacional de agresión imperialista latente, comprometía el futuro de la Revolución. Sostener las condiciones materiales que suponían la existencia de la clase campesina impedía al gobierno de la clase obrera armarse en una escala simétrica a la de sus potenciales agresores. En el pasaje de la década del 20 a la década del 30, es tomada la decisión de completar la Revolución. El proletariado se lanzará a colonizar y sometener a la enorme masa de la población: el campesinado.

La colectivización supuso el fin de la tenencia individual de la tierra, del ganado y las herramientas, y la organización del campesinado en haciendas colectivas (koljós) dirigidas por el Partido. El objetivo central de esta transformación fue asegurar el aprovisionamiento de grano a los organismos del Estado. Así tuvo lugar la transformación estructural más profunda operada por la Revolución, su expansión hacia posiciones jamás alcanzadas hasta entonces en la centralización del capital bajo su comando. La sociedad completa fue revolucionada.

Mientras tuvo vigencia la alianza obrero-campesina, el partido esperaba cooptar al campesinado y lograr una colectivización voluntaria. En 1928, el 97,3% de la tierra cultivable se encontraba bajo régimen de explotación individual, y el pequeño porcentaje de hogares campesinos colectivizados voluntariamente eran, en su mayoría, pobres. Pero el campesinado pobre representaba apenas el 35% de la población rural total. Evidentemente, el campesino medio y los terratenientes más concentrados no se convertirían a la producción colectiva por voluntad propia. Efectivamente, la colectivización fue realizada de manera forzosa. Para ello se movilizó a la GPU (heredera de la Cheka) y se armaron brigadas de obreros reclutados en las grandes urbes industriales, que marcharon al campo con la misión de requisar haciendas, bloquear caminos, expropiar tierras, confiscar herramientas y animales, organizar y presidir los koljós. El proletariado, débil y extraño en la ruralidad, tuvo que conquistar el campo por la fuerza apoyado en las armas del Estado que conducía y debió dirigir la colectivización a fin de asegurar la explotación del campesinado expropiado y la vehiculización del excedente hacia el aparato centralizador. Como es natural, los campesinos intentaron, pasiva o activamente, resistirse a la dictadura de la clase obrera, pues, a diferencia de lo que se había pensado en años idílicos de la Revolución, esta no libera al campesinado en un sentido abstracto, sino que lo expropia y lo somete. Debe tenerse en claro que cuando se hace referencia al excedente, se está hablando de trabajo realizado y no remunerado. Si el Estado obrero necesitaba apropiarse de mayores porciones de excedente campesino, lo que requería de los hasta entonces tenentes de la tierra era hacerlos trabajar gratis, ampliar ese margen por la fuerza.

Las detenciones en manos de la GPU y las deportaciones fueron algunas de las medidas tomadas para doblegar la resistencia. Esto permitió que muchos campesinos pobres y medios se sometieran a la colectivización en la búsqueda de que las medidas disciplinarias no cayeran sobre ellos. Al estilo de las prácticas de Lenin durante el comunismo de guerra, la calificación de kulak dejó de representar a los campesinos ricos y se extendió a todos los enemigos de la colectivización. Así se logró romper la solidaridad aldeana, telúrica, de los minifundistas con los terratenientes, los campesinos pobres abandonaron a los ricos para no acabar compartiendo con ellos un lugar en los trenes de la muerte.

En 1930, los kulaks habían dejado de existir. Fueron desposeídos e insertados en los koljoses o deportados, no hacia campos de concentración, pues la mayoría de ellos terminó libre, proletarizándose en regiones remotas. En 1932 el 62% de los campesinos había sido colectivizado y hacia 1937 el índice alcanzaba al 93%.

La colectivización forzosa separó al campesino de la tierra en pocos años, proceso que en el occidente capitalista, como ya se ha señalado, demoró varios siglos. La clase obrera soviética estaba actualizando y llevando al máximo el desarrollo del capitalismo en la URSS a tiempo monstruosamente record, con toda la brutalidad de los característicos métodos que el capitalismo impone. El desarraigo y la superexplotación se cobró cerca de cuatro millones de muertos por hambre y diez millones de campesinos expropiados migraron a las ciudades, para engordar las filas del proletariado fabril en las nuevas industrias por las cuales muchos fueron obligados a dejar la vida. Tanto en las zonas agrarias, donde se vieron despojados de la tenencia de la tierra, como en las migraciones hacia las ciudades, los campesinos fueron proletarizados forzosamente por la dictadura del proletariado. Y, finalmente, la clase obrera tomó en sus manos la dirección del proceso productivo en el campo.

La centralización del capital a escala nacional en manos del sujeto obrero, el control estatal total sobre la producción, la sustitución del libre comercio por la asignación planificada de recursos, liberaron el camino para concretar la industrialización acelerada. La revolución del hierro y el acero, que venía transformando la gran industria occidental desde mediados del siglo XIX, fue completada en la Unión Soviética meteóricamente por el primer plan quinquenal iniciado en 1929, y por los que le sucedieron. Cuando estalló la IIGM en Europa en 1939, la URSS ya había logrado pasar de país agrario a potencia industrial productora de medios de producción y material bélico en condiciones de confrontar con la tecnología de las potencias rivales.

Stalin dijo a los soviéticos en febrero de 1931 que debía acortarse en diez años el atraso de siglos que los separaba del capitalismo occidental. Ese era el lapso que la URSS disponía para alistarse si no quería ser derrotada por una potencia imperialista. En efecto, nunca en la historia de la humanidad un proceso revolucionario sufrió una agresión tan poderosa y brutal como la que habría de enfrentar la URSS. Exactamente una década más tarde de aquel discurso de Stalin, hacia junio de 1941, la Alemania nazi, aprovisionada por una retaguardia que abarcaba a casi toda Europa, invadía el territorio soviético. El proceso de centralización económica y política iniciado desde octubre de 1917 hizo posible que la Revolución enfrentara victoriosa a la maquinaria de guerra alemana, que era por entonces la más perfecta y potente arma del imperialismo.

La guerra comenzaba para la Unión Soviética con enormes contingentes de tropas y maquinaria bélica alemanas penetrando profundamente en su territorio. Las fuerzas ante las cuales se había rendido casi toda Europa lanzaban el grueso de su poder sobre la única Revolución, emergida en la oleada continental de finales de la década del ´10, que aún subsistía en el continente. Apenas cuatro años después, revirtiendo todos los pronósticos, Berlín era un cúmulo de ruinas sobre el que marchaba victorioso el Ejército Rojo, sostenido en su avance incontenible, desde lo profundo de la estepa hasta la capital del imperio nazi, por su estructura industrial pesada.

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Revista comunista de análisis y debate