De la criptofarsa al colapso: Milei, el aprendiz de Trump

Autor Alejandro Horowicz

Locura y genialidad suelen emparentarse. ¿El motivo? Las razones que impulsan la decisión genial no resultan inmediatamente comprensibles. Ergo, lo que parecía un error o un movimiento torpe, se transforma más adelante en la verdadera carta de triunfo. También admite la locura una lectura menos restallante: comportamiento absurdo protegido por la presunta genialidad de su autor.

Donald Trump y Javier Milei disfrutan de este poderoso equívoco. En parte por su comportamiento disruptivo; en parte porque el cambio no asumido del escenario político global impone una nueva agenda. Distinguir esa “novedad” de la catarata de improperios, que remite a la completa falta de autocontrol de ambos, adquiere el rango de problema político central; ya que sus comentarios sobre la agenda global, en crisis irreversible, suelen venir envueltos en acciones presociales, personales o de su equipo, que ambos justifican con festiva brutalidad.

James David Vance, actuó de portavoz del presidente Trump en la reciente Conferencia de Múnich. Al retirarse  se fotografió con Alice Weidel, líder de la extrema derecha germana. En medio de la campaña electoral alemana esa foto fue el mensaje de Trump. El vicepresidente de los EE.UU  le hizo saber a los alemanes y a Europa que la guerra de Ucrania está perdida, que la derecha recalcitrante acepta la paz con Vladimir Putin, y que los acuerdos de Breton Woods han periclitado. El nuevo orden internacional está sometido a debate, y Europa no pareciera en condiciones – con su actual dirigencia política – de participar decisivamente de su elucidación.

Vance no comunica con la urbanidad académica del desaparecido  Henry Kissinger, sino con el estilo de un matón prostibulario de película del far west. Pero no deja de ser un balance que se ajusta al principio de realidad. Esto es, no hay modo de vencer en Ucrania sin derrotar a Rusia junto con Putin. Europa ni siquiera fabrica munición suficiente para sostener el enfrentamiento. Por tanto, no resulta militarmente posible, tanto para Europa como para USA, persistir en una batalla que carece de sentido estratégico. Entonces, Putin y Trump resolverán como se le pone fin. ¿Y Europa? Bien gracias.

El presidente argentino, por su parte, patrocinó el lanzamiento de una criptomoneda que fracasó. ¿Genialidad? ¿Incompetencia? ¿Conducta delictiva? Este no es un tribunal de alzada, pero la decisión de Javier Milei muestra hasta qué punto la falta de principio de realidad deviene catástrofe política autoinfligida. Es cierto que Trump hace tres semanas respaldó una criptomoneda que colapsó. Después de trepar hasta los 10 dólares por unidad, se derrumbó y fue el acabose. Al parecer Trump se embolsó más de 100 millones de dólares, sin pagar costo político. El bochornoso modo en que Milei plagia a Trump –costumbre que se verifica en todos los campos de su accionar – se repitió en este caso. Las consecuencias difieren un tanto.

El poder de Trump, y su decisión de ejercerlo sin cortapisas, resulta obvio. El de Milei depende de la impotencia absoluta del orden político nacional. De su ausente voluntad opositora;  pero con voluntad o sin ella resulta imposible no pronunciarse sobre semejante desaguisado. Para los aliados se trata de pasar rápidamente a otra cosa; el gobierno ofrece una salida: comisión auto investigadora que  permita olvidar el tema; para  los demás, como tampoco tratan de destituirlo solo pretenden debilitarlo, el pedido de juicio político pone fin al asunto.  Mientras todos esperan que las encuestas permitan saber cuántos puntos retrocedió la imagen presidencial.   

Existe otra posibilidad política. Bastaría que el Congreso acepte la comisión investigadora que propone Milei como tarea parlamentaria. Transformar auto investigación, en investigación.  Para garantizar que el presidente no la obstaculice, el Congreso le conceda una licencia con goce de sueldo. Ni prejuzga, ni blinda, investiga.  

Tal cosa difícilmente suceda; pero el mundo existe y la extrema vulnerabilidad del gobierno, que este orden político resolvió desconocer, merece ser considerada. Primero, desde que Milei se instaló reforzó una recesión sin cuento, donde la caída del consumo fue acompañada por una notable reducción del PBI y la desaparición de las inversiones públicas y privadas. Segundo, las reservas en rojo  del Banco Central, pese a un blanqueo que arrojó 21.000 millones de dólares en favor de las arcas públicas, siguen en rojo; tercero, esos fondos se utilizaron para contener el precio del dólar,  y el carry trade terminó siendo el principal negocio de un país donde casi no existen negocios productivos salvo exportar. Cuarto, todo el “programa” se reduce a esperar que el FMI aporte fondos frescos, llegar a las elecciones, para continuar sine die la política de saqueo de un gobierno sin acceso al mercado de capitales.

Dicho sintéticamente, el twit del presidente en apoyo a una criptomoneda fraudulenta es un síntoma; Milei pone en valor toda su política, haciéndonos saber  qué el helado sobre la parrilla admite una sola incógnita. Y esa incógnita no se resuelve en las redes sociales.

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