Por Lic. Verónica Maddonni
Lacan matematiza la estructura de discurso con una topología que dispone de cuatro lugares, produciendo en principio cuatro discursos: el discurso del amo, el discurso capitalista, el discurso de la histeria y el discurso del analista.
En el seminario XVII va a hacer referencia a que el discurso no es secreción de órgano, sino que está en la exterioridad del viviente (vida es el conjunto de las fuerzas que resisten a la muerte). El discurso nos antecede, antes de nacer ya nos nombraban, ya mencionaban a quien nos íbamos a parecer, a que escuela íbamos a ir, etc. El discurso está entonces en la exterioridad. El discurso del analista busca producir saber inconsciente. El inconsciente es el capitulo censurado de mi historia, son las marcas de la infancia, es el discurso de mis padres y mis antepasados, lo que está ahí sin saberse y que a través del trabajo analítico se empieza a descifrar para dejar de repetir lo que ni nosotros mismos sabemos. Repetición de los pecados del padre, pero de aquellos de los que no somos conscientes, no se repite lo que sabemos, se repite lo que no sabemos. Sino, el discurso del analista no tendría ningún sentido. Algo de la repetición se detiene por el camino de hacer consciente lo inconsciente.
En el discurso del amo, Lacan acompaña la crítica de Marx a Hegel, el trabajo no produce saber, y mucho menos saber absoluto, el trabajo engendra la verdad del amo, revela con lo que el amo se queda. El diezmo, el amo se lo apropia. Se apropia de la verdad del esclavo.
Pero peor aún es el discurso capitalista. Nada quiere saber del advenimiento subjetivo, que implica advenir a una existencia atravesada por la falta, por el error, por el malentendido fundamental entre los seres, por el desencuentro definitivo, donde no se vuelve a encontrar a aquel primer objeto de amor, solo se encuentra alguno contorneado por cierto parecido en los rasgos. Este discurso nos va a ofrecer las múltiples formas de respuestas a las demandas de nuestro imaginario, para colmarlo todo, para no dejar nada que falte, porque así no habrá deseo posible, de eso, a la opresión solo hay muy poco.
Pero aparece el discurso de la histeria, aquel que le permite a Freud descubrir el psicoanálisis, en tanto le dijo, acá estoy, atravesada por mi síntomas, con mis temblores histéricos que hasta representan los movimientos del coito, con mis fantasías que son sólo mías y por lo tanto mi verdad y únicamente mi verdad y no me importa si tienen que ver con la realidad. Son mi realidad psíquica.. A partir de esto surge el psicoanálisis. Creyendo en lo que falla, en el síntoma y en el error. Polo opuesto del discurso capitalista, el que nada quiere saber con el amor, porque nada quiere saber con las contingencias, porque todo tiene que estar medido y calculado para que todos entre en sus cuentas. La ética del discurso del analista es justamente no responder a la demanda de amor del sujeto, el cual se va a enamorar, sino no hay cura posible. No se responde pero se la sostiene, se sostiene el amor. Única fuerza capaz de generar el trabajo analítico, para que el sujeto pueda advenir, para que se encuentre con su verdad y que ya nadie pueda expropiársela.