Uno de los principios básicos del materialismo histórico: la lucha secular entre las clases se resuelve en último término en el nivel político de una sociedad; no en el económico ni en el cultural. En otras palabras, mientras las clases subsistan, la construcción primero, y la posterior destrucción de los Estados es lo decisivo que resuelve los cambios fundamentales en las relaciones de producción.
Es imprescindible comenzar esta nota señalando en relación al poder, que éste, no está hecho sólo de votos, sino de la solidez de quien lo ejerce, y más aún, de la movilización de masas que suscita y que lo sostiene, más las relaciones de fuerzas internacionales en las que se inserta.
Cuando la organización, la política, se vuelve autorreferencial, el análisis de la realidad se deforma y se vuelve instrumental y hace difícil construir un gobierno de programa.
En el primer período kirchnerista con un crecimiento de la economía a tasas chinas, prevaleció una especie de keynesianismo manco y perverso: la paradoja Keynes (gasto público en déficit para reactivar la expansión incluso abriendo agujeros para luego taparlos), se asumió al pie de la letra sin garantizar en absoluto que a ese gasto y a ese empleo transitorios le sucedería un desarrollo capaz de reabsorber el déficit y estabilizar el empleo. La patronal no sólo toleró esta política, sino que la utilizó activamente para su propia ventaja, como un pozo del que sacar y como instrumento para producir un choque entre los ámbitos públicos y privados. Además, las consecuencias perversas de estas políticas- inflación y devaluación de la moneda-en el presente inmediato favoreció sobre todo a la parte más poderosa (agroalimentos, bancos, exportadores), facilitó las exportaciones, redujo el salario real, y facilitó los despidos
En la actualidad sin ese crecimiento, producto fundamentalmente del aumento de la demanda asiática, hace que las extracciones de los recursos por parte de los grupos concentrados de la economía se lleven a cabo esquilmando la capacidad de compra de los salarios, e incluso incautando los planes sociales de los desocupados que derivan principalmente en la compra de alimentos, sector donde más impacta la inflación.
Pero ayer como hoy, sucede que el relanzamiento del gasto público, del consenso, de las facilidades a las empresas en un mercado abierto, se puede constatar cuando el incremento de la demanda se satisface con importaciones y se genera más inflación que nuevas inversiones. El mismísimo Keynes, tras haber escrito un interesante libro sobre la necesidad de la intervención estatal contra la reiterada tendencia de los capitalistas en preferir la liquidez frente a la inversión, discrepó de quienes creían haber encontrado en la constante política de expansión de la demanda una medicina milagrosa, saludable en cualquier circunstancia, para todos los males y para siempre.
La gran depresión de 1929, nacida de la sobreproducción fordista que se extendió al mundo entero, contribuyó al nacimiento del fascismo y sólo pudo superarse mediante otro conflicto mundial. No alcanzó con la teoría de Keynes.
El Estado Nación frente al embate del mundo extraterritorial
Durante el siglo XV, hasta el XVIII, el artefacto de dominación política fueron las monarquías absolutistas, su modo de expansión el colonialismo, y con éste, la guerra como principal arma de intervención política, más la anexión de territorios como objetivo principal. La Revolución Industrial inglesa, es decir un capitalismo productivo, convirtió en anacrónicos los absolutismos e impulsó otro artefacto de dominación: el Estado–Nación. Es decir, un Estado dotado de una gran cantidad de atributos que le permitían jugar el rol que le era asignado en la nueva división internacional del trabajo. La expansión del imperialismo fue la manera en que se repartieron el mundo las principales potencias emergentes de esa reconfiguración global. Pareciera ser hoy día, que el capitalismo financiero o especulativo, impulsa un nuevo artefacto de dominación, los centros financieros extraterritoriales o paraísos fiscales. Hoy los paraísos fiscales están en el corazón de la economía mundial, todavía nadie ha logrado poner en evidencia la vertiginosa escala de daño que han causado al mundo estas guaridas libertarias y elitistas, infectas de delincuentes, que actúan como silenciosos arietes de la evasión fiscal y la desregulación financiera. Los paraísos fiscales fueron un ingrediente medular de la crisis financiera mundial y se cuentan entre los mejores amigos de las grandes finanzas.
El sistema extraterritorial conecta al submundo criminal con la élite financiera, enlaza a los altos dirigentes de la diplomacia y a los servicios de inteligencia con las firmas multinacionales. El sistema extraterritorial impulsa el conflicto, configura nuestras percepciones, crea inestabilidad financiera y entrega pasmosas recompensas a los poderosos. El sistema extraterritorial es el modo de funcionamiento del poder en la actualidad.
El mundo extraterritorial nos rodea por todas partes. Más de la mitad del comercio internacional pasa, al menos en los papeles, por los paraísos fiscales. Más de la mitad de los activos bancarios y un tercio de las inversiones extranjeras directas que realizan las corporaciones multinacionales se canalizan a través del sistema extraterritorial. Alrededor del 85% de la banca internacional y la emisión de bonos tiene lugar en el llamado euromercado, una zona extraterritorial sin estado. El sistema extraterritorial no es una excrecencia pintoresca de la economía mundial, sino que se halla exactamente en en su centro.[1]
Entender este nuevo orden mundial permite llamar la atención acerca de que los gobiernos apenas tienen el control de los presupuestos nacionales y ningún poder sobre los resortes claves de la economía.
En estas circunstancias es esencial decir, o al menos decirse, la verdad de los hechos, prever su probable dinámica, valorar las consecuencias, considerando también el contexto en el que el conflicto se sitúa, y comunicar en la medida apropiada tales verdades. Es importante advertir que las reformas hechas a medias, no garantizadas por un poder político modificado, puesta en manos de aparatos estatales ineficientes u hostiles y deliberadamente poco claras pueden quedarse sobre el papel, u ocultar espinas venenosas.
Hay que plantear claramente que lo que se necesitan son reformas estructurales audaces, una programación coherente, una administración estatal eficiente y una fuerza política con una profunda inserción nacional y una fuerte vocación de poder popular en el que se sustente.
Como están planteadas las cosas en el escenario político argentino se hace cada vez más notoria la dificultad de construir un gobierno de programa, de lo que se desprende que la tarea inmediata para una fuerza de izquierda como la nuestra es avanzar en el desarrollo de una Fuerza Programática que se articule mínimamente en torno a los siguientes ejes:
a) Autonomía Energética: La autonomía energética implicaría una nueva discusión sobre la recuperación de YPF, de la total producción, refinamiento y comercialización del petróleo y el gas, hoy casi en un 60% en manos de multinacionales, la minería y los ferrocarriles, etc.
b) Soberanía Alimentaria: se hace indispensable la constitución de una Junta Reguladora Agroalimentaria, para poder intervenir en el principal componente de las exportaciones argentinas que superan en total los 50.000 millones de dólares, y de los cuales los principales beneficiarias son las cerealeras encabezadas por Cargill, que maneja el 60% del negocio agroalimentario , y que además son los agentes de retención a las exportaciones, que tal como quedó demostrado, no garantizan la mesa de los argentinos. Las cerealeras exportan todo en precios dólares, por eso cuando los argentinos queremos comprar terminamos pagando precios internacionales. Razón por la cual se explica el aumento de los alimentos, de manera combinada con la producción de biocombustibles, que actúa también como regulador de los mismos, por supuesto siempre en alza.
c) Reforma Financiera: hay que seguir insistiendo con la ley de servicios financieros.
A partir de tener un horizonte programático básico, es legítimo preguntarse acerca de cómo, de cuándo, con qué fuerzas, en qué etapas aquello se puede realizar. Algo tan legítimo como afirmar aquello que nos permita transitar por un camino claro, con una propuesta ni enigmática ni ambigua, ni nada que hasta ahora ha provocado una gran atonía al movimiento popular.
Construir una Fuerza de Programa puede convertirse en la llave de bóveda para resolver el problema de la alternativa en la Argentina que es el gran talón de Aquiles de nuestro pueblo, teniendo conciencia de que este camino es una tarea de generaciones y no la puede realizar un solo partido por grande y poderoso que se presuma. Y asumiendo también que es un imperativo de carácter universal, por lo tanto, trascienden los marcos de los territorios nacionales.
Los comunistas que militamos en Rebelión Popular podemos y debemos jugar un rol en esta tarea, y para ello, necesitamos más organización, más ideas claras, más duras luchas, y un liderazgo colectivo capaz de hacer pedagogía, pródigo en ideas y en prestigio, solidario y unido. Es lo que nos posibilitará un futuro hermoso y más cercano.
[1] Las Islas del Tesoro, pag31-32; Nicholas Shaxson