Editorial N° 1: La cuestión de la alternativa

Salvo el poder, todo es ilusión”

Lenin

El que no cambia todo, no cambia nada”

Armando Tejada Gómez

El avance impiadoso del gobierno colonizado de Macri y los CEO puede ser analizado desde muchas perspectivas.

Desde la relación entre la crisis del capitalismo como sistema mundo y la estrategia de rapiña del país imperial central, los EE.UU., que busca con fruición recuperar su “patio trasero” a pleno luego de una década de cuestionamientos y recortes parciales a su dominio total y absoluto.

Desde la perspectiva de cuánto de continuidad y cuánto de ruptura hay entre dos ciclos capitalistas como el encabezado por los Kirchner y el iniciado por Macri y los Ceo. Desde una mirada hacia lugar relevante que juegan en el “capitalismo democrático” (concepto que apunta a marcar al sistema social como lo preeminente y permanente y lo democrático como secundario y transitorio) aquellos poderes que no se someten a votación: el Poder Judicial y el Mediático que algunos apuntan como centrales en la actual operación continental de recolonización en marcha.

O desde las “largas sombras del Genocidio” que dejaron marcas imborrables en la sociedad argentina en las relaciones de poder social, económico, militar y político pero también en los planos más complejos de la subjetividad, la cultura popular, los sistemas de transmisión de conocimientos y valores, etc..

Y seguramente la lista no solo es valida sino incompleta; pero en este número de Centenario preferimos apuntar a algo que casi no se discute en la prensa comercial, la academia y aún en los ámbitos de la izquierda social y política: nuestra crisis, la crisis de alternativa o dicho de un modo más rotundo: la ausencia de una fuerza (en el sentido que le daba Ernesto Giudice en su “Carta a mis camaradas”1 que Centenario reivindica y hace suya) capaz de confrontar con el Poder real, vencerlo y construir uno nuevo, alternativo en el sentido de otredad: nunca alternancia dentro de los mismos parámetros capitalistas sino otro radicalmente distinto desde el momento mismo en que se lucha por él, democrático por el protagonismo popular, revolucionario por la convicción de la necesidad de cambios drásticos y profundos capaces de cortar las lógicas de la reproducción ampliada del capital en los terrenos materiales y simbólico, de liberación nacional y socialista porque no hay ruptura del capitalismo que no cumpla funciones liberadoras del dominio Imperial ni hay lucha por la liberación nacional que no confronte con el Imperio y por ende con el capitalismo como sistema.

Porque en casi cien años de existencia de la cultura comunista, que nació para romper con el orden burgués y protagonizar una Revolución Socialista (algo que parece obvio pero que más de una vez y a vastos sectores que se reclaman tributarios de esta cultura se le corrió del centro o directamente se le olvidó como primero Giudice y luego Echegaray en el XVI Congreso marcaran a fuego) no faltaron los ciclos de grandes luchas obreras, estudiantiles, campesinas, populares y de todo tipo, por la vía de las movilizaciones populares, la institucional y hasta la armada; pero nunca se conquistó el poder.

Y como decía Lenin, con su estilo que hoy suena casi cruel, “salvo el poder, todo es ilusión”.

Ahora, que más allá de las piruetas semánticas o los rebuscados discursos justificatorios, el supuesto “nuevo tiempo latinoamericano” y “el proyecto nacional y popular” argentino han perdido su ímpetu y van pasando a una etapa defensiva (donde la crisis de alternativa sigue marcando el ritmo y los modos del repliegue regional y nacional) la cuestión de la crisis de alternativa comienza a volver a la agenda de debates de quienes con desprecio soberbio renunciaron a toda performance independiente y se sumaron, como coro, a las fuerzas que en los noventa tiraron por la borda el pasado izquierdista y emprendieron la carrera hacia un gobierno que resultó ser mucho más funcional a la derecha que el de casi todos los izquierdistas acusados de todos los crímenes imaginables por pretender llamar al pan, pan y al vino, vino.

En los primeros noventa, ante el desconcierto por las derrotas, y por lo ignominioso de ellas, de tantos comunistas y revolucionarios de todo el mundo fue Fidel Castro el que llamó a conservar el nombre de comunistas; pero no como una cuestión de forma sino de contenido. Se trataba de cumplir el primero de los requisitos que aún hoy nos apremia a quienes nos reclamamos comunistas, mantenernos en las posiciones de principio de los revolucionarios comunistas.

Veinte años después el desafío sigue siendo el mismo aunque sería necio pretender que todo sigue igual: ni la frustración de haber gobernado en nombre de un proyecto nacional y popular, sin cuestionar las bases del capitalismo ni en el terreno real ni en el simbólico; ni los aprendizajes de la lucha contra el menemismo y las conquistas reales en el terreno de la Memoria, la Verdad y la Justicia, el reconocimiento de una serie de necesidades populares como Derechos y no como mercancías o servicios como pretenden ahora los MacriCeo, el acercamiento cultural y el conocimiento real de Nuestra América por parte de miles de militantes populares que en estos años han compartido debates y experiencias con compañeros de Cuba, Venezuela o Bolivia (por mero ejemplo), pueden dar resultado cero.

Ni lo dan.

La cuestión de la alternativa hoy requiere partir del acumulado de organización, cultura política y voluntad de vencer que se ha construido del modo que se pudo, que es siempre el modo en que construye el pueblo.

La construcción de atributos para el movimiento popular, el proceso de conciencia política de las clases subalternas no es objeto de estudio de las matemáticas o la física sino que transita por otros caminos.

Por procesos de larga acumulación que fructifican en un momento jamás previsto con precisión. Carlos Marx lo decía así en una carta a su amigo Federico Engels «En desarrollos de tal magnitud, veinte años son más que un día, aun cuando en el futuro puedan venir días en que estén corporizados veinte años«2 y que no pueden ser previstos con la exactitud de un pronostico meteorológico como reclaman los oportunistas de todo laya.

No compartimos las miradas catastrofistas que se pasa la vida pronosticando el inminente fin del capitalismo por el “agravamiento de sus contradicciones”, como si el capitalismo pudiera vivir sin contradicciones de todo tipo, en primer lugar entre el modo colectivo de producir y el modo privado, cada vez más concentrado, de apropiación del fruto del trabajo social; pero mucho menos compartimos la ya agotadora tendencia al evolucionismo, el culto a la lenta acumulación de fuerzas por el camino de enfrentar al “enemigo principal” (como si el enemigo secundario no fuera tan enemigo como el otro, lo que no quita la justeza de saber distinguir, pero no a costa de servir de furgón de cola al “enemigo-que-no-es-el-principal”) que entre nosotros ha provocado toda clase de tragedias políticas desde los llamados a constituir “gobiernos cívicos militares de transición” justo cuando gobernaban los militares genocidas o el apoyo a las demandas y movilizaciones de los burgueses sojeros que preparaban el ascenso del macrismo al gobierno

El momento de la lucha de clases está marcado ahora exactamente por esa tensión: cómo conformar el más potente sistema de alianzas y frentes contra el macrismo pero de modo tal que no preparemos nuestra propia derrota, o dicho de un modo más directo, se trata, claro está y quien puede dudarlo, de luchar con todas las fuerzas y de todos los modos posibles, contra el proyecto MacriCeo pero no de cualquier modo; no para que vuelva al gobierno el proyecto kirchnerista que en su frustración y complacencias con el poder, preparó el terreno para la nueva etapa del dominio burgués de rapiña y represión que hoy vivimos.

Hemos traído al debate a Lenin y a Marx, y no por vanidad literaria sino porque son imprescindibles para pensar la alternativa verdadera en la Argentina.

Demasiado hemos sufrido por el desprecio a la teoría que parece ser la impronta de la década perdida en América Latina.

Desprecio por el Che Guevara y su convicción de que solo cabe “revolución socialista o parodia de revolución” por lo que su propuesta de frente antimperialista no era en ayuda de las burguesías nacionales en el gobierno como se pretendió sostener en Argentina sino contra ellas como cualquiera que estudie lo mínimo de sus conductas políticas reales podrá constatar; desprecio por Carlos Mariategui y su convicción de que “No existe en Perú, y no ha existido nunca, una burguesía progresista, con una sensibilidad nacional» o polemizando con las tesis de aliarse (y en condiciones de subordinación) a la burguesía nacional que sostenía la mayoría de los Partidos Comunistas de América Latina en los 30 del siglo pasado, comenzando por el Partido Comunista Argentino, La aristocracia y la burguesía ‘criollas’ no se sienten solidarias con el pueblo por el lazo de una historia y de una cultura comunes» y desprecio por Antonio Gramsci, tan citado como ignorado por la izquierda latinoamericana que no asumió en lo más mínimo el concepto central de su pensamiento, el de la hegemonía en sus múltiples miradas, hacia el poder para entender que en función de conquistar la hegemonía es capaz de renunciar a casi todo, salvo al Poder mismo, como el kirchnerismo demostró de manera contundente; y hacia el sujeto popular, para comprender que la auto proclamación de vanguardias o el seguidismo a fracciones burguesas progresistas son las dos caras de la misma moneda: la renuncia a la construcción de una hegemonía revolucionaria del sujeto pueblo en lucha.

Un desprecio patético que empalmó con una gran ilusión, la vieja ilusión de liberarse sin costos, ni luchas frontales con el Poder real, con sus formas más “cultas” y “legales” como el Congreso, la Universidad, Clarín, La Nación y el sistema de formación de opinión publica pero también a las otras formas de existencia del Poder Real en la Argentina, esas que debutaron con el Ejercito arrasando el Paraguay, el sur del Río Colorado y el Gran Chaco para perpetuarse todo el siglo XX en intervenciones militares y acciones para militares de grupos de tareas con cobertura sindical, estudiantil, religioso y aún deportivo como las actuales barras bravas.

Si nos preguntan nuestra primer exigencia como colectivo que gesta esta revista, apuntaríamos a pedir que la izquierda revolucionaria y comunista deje de vivir de ilusiones, de todas ellas.

La ilusión de que existe una burguesía nacional que luchará arduamente contra el Imperialismo.

La ilusión que fuerzas que proclaman el horizonte burgués como meta, en el camino cambien de opinión y se conviertan en revolucionarias consecuentes por la dinámica de los enfrentamientos sobre cuestiones secundarias (que no son menores pero que no vulneran los principios en que se basa el capitalismo: la propiedad privada, el Estado, el Derecho, etc.).

La ilusión de que las relaciones de integración con estados y gobiernos que emprenden acciones de ruptura con la hegemonía imperial prevalecerán sobre las lógicas internas de la lucha de clases.

La ilusión de creer que se puede gestar una fuerza comunista a la sombra de un proyecto burgués, aun cuando ese proyecto burgués sea reformista en alto grado.

Y también la ilusión de que el aislamiento y la autoproclamación de vanguardia, al margen de las luchas reales y del sujeto real, producirán otra cosa que grupos homogéneos, auto suficientes en lo simbólico pero impotentes en la disputa del poder.

Menos ilusiones y más sueños es la premisa

Sueños de construir resistencia y sueños de construir fuerza política revolucionaria.

He aquí una buena manera de entender el modo de celebrar nuestro Centenario.

Sin ilusiones y sin posibilismo, sin sectarismo ni dogmatismos; reconociendo y valorando los saberes y atributos que nuestro pueblo efectivamente tiene, la construcción de la alternativa verdadera en medio del proceso de resistencias al macrismo tiene hoy una nueva oportunidad.

Como se entenderá fácilmente, no es este un debate teórico para el mañana; sino un debate táctico sobre el presente en América Latina y Argentina: sin una Fuerza de nuevo tipo no solo que no habrá perspectiva de revolución, tampoco habrá resistencia efectiva al regresionismo en curso.

En este número presentamos algunos aportes diversos sobre la cuestión que en su conjunto presentan una variada muestra de los posibles puntos de vista sobre el asunto; pretendemos así aportar a desplegar un debate vital para nosotros y la causa que sostenemos.

1 en la biblioteca virtual del Partido Comunista hay enlace al texto completo : https://www.facebook.com/bibliotecavirtual.pca/

2 https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/carlos_marx/carlosmarx.htm

Revista comunista de análisis y debate