Por Eduardo Ibarra
Muchas supuestas mentes brillantes del reformismo están instalando la idea de que el virus va a terminar con el neoliberalismo (o llevar a su crisis final), pero destacando que no sería el fin de capitalismo. Si bien es cierto que no se puede anticipar la caída de la dominación de una clase por otra por muerte natural del sistema, la idea de instalar la crisis final de una de sus etapas cae en la misma lógica falaz.
Esto responde a la pérdida de la línea ideológica del marxismo leninismo que conlleva al divorcio entre la acción y las palabras, dejando al partido como reservorio de efemérides y actos ceremoniales.
Pero vayamos al análisis más estructural. La idea o deseo de que el Estado asuma un rol preponderante como el que tuvo en la posguerra (welfare state), sin tener en cuenta el momento histórico y las características propias de ese estadío, implica dejar de lado el análisis dialéctico por una concepción mecanicista de la lucha de clases. Tratar de imponer la teoría de que en una nueva etapa el estado generará el bienestar para todo el pueblo, implica tomar como propia la mística idealizada del peronismo desconociendo el contexto del momento histórico donde surgió ese mito. Para entender esa dinámica hay que comprender determinadas características, a saber: a) el salto cuantitativo en el modo de producción fordista en EEUU, cuya estructura económica había quedado intacta durante la guerra; b) la expansión de la frontera de producción al incorporar nuevos segmentos de la población a la industria; c) La disposición de un mercado devastado por la Segunda Guerra Mundial ; d) La necesidad de un estado fuerte para apaciguar el descontento social y para reprimir a los movimientos revolucionarios; y por último, e) la conformación de estados nacionales tardíos en un capitalismo periférico.
En nuestra región la concepción de un Estado de Bienestar «bueno», antagónico de un Estado neoliberal malo, surge de los movimientos nacionalistas populares creados en el período de descolonización ante la decadencia de los imperios europeos y el surgimiento del imperialismo norteamericano como rector del sistema frente a la URSS.
Este proceso tuvo su inicio en el crack del ’29, con la paralización de la producción y el comercio internacional como resultado de la anárquica libertad de mercado, el llamado laissez faire, haciendo necesario la intervención del Estado para reencausar la producción y la gobernabilidad. Producto de esta crisis de sobreproducción y su burbuja financiera, surgieron los Estados intervencionistas o keynesianos, que dieron lugar a distintas expresiones políticas en función de su propia tradición, estructura económica y posición en el plano internacional.
En los países con una burguesía consolidada en la sociedad civil y un mercado disponible, se conformó un estado intervencionista con gobiernos socialdemócratas, mientras que en los países con una sociedad civil poco organizada y con una burguesía débil (y con falta de mercado interno y externo), el tipo de estado fue de índole corporativista con gobiernos fascistas o populistas.
Esta etapa, única del capitalismo a nivel global, culminó por el propio desarrollo del modo de producción (toyotismo)y la derivación de los excedentes a los mercados bursátiles para incrementar los márgenes de ganancia, no ya a nivel productivo local sino a nivel financiero global.
Con el avance de los sectores conservadores (Reagan y Thatcher) en EEUU e Inglaterra, y con el fin del campo socialista en los 90’s, se consolidó el capitalismo especulativo mientras se reformularon la propia naturaleza y rol del estado. Este período de hegemonía capitalista llamada globalización, tuvo su expresión política en gobiernos neoliberales con políticas económicas de libre entrada y salida de capitales financieros.
Esta hegemonía unipolar a nivel mundial entró en crisis en los primeros años del siglo XXI. La crisis del neoliberalismo, en nuestra región y en nuestro país, devino en la necesidad de volver a poner al estado como garante del sistema frente al desborde social y la parálisis económica. Con el surgimiento de China y los BRICS, como nuevas economías pujantes demandantes de productos primarios, se generó la posibilidad de aplicar medidas de contención social, ante el alza de los commodities, pero sin provocar una reforma en la estructural de la economía interna. A pesar de las políticas distributivas y el crecimiento del mercado interno, se mantuvo intacta la transnacionalización de las grandes industrias, la privatización de las empresas estatales y el comercio exterior, junto con la banca privada.
En el caso de nuestro país sólo las empresas en crisis fueron estatizadas (como Aerolíneas e YPF) o las AFJP para pagar deuda externa con fondos previsionales, corroborando, en estos casos, el rol de salvataje de la burguesía por parte del estado en tiempos de crisis
Como todo ciclo de flujo y reflujo del capital, el estado se fue adaptando a las necesidades de la fracción dominante de la burguesía, sin dejar de lado la potestad de protector de la propiedad privada, ni la monopolización de la violencia legitimada por la lucha de clases.
Conceptos abstractos
Si bien, los conceptos ortodoxos y heterodoxos, han sido utilizados de forma excluyente por algunos teóricos (adscriptos al reformismo), en nuestra historia contemporánea las medidas proteccionistas y liberales, han sido aplicadas tanto por el kirchnerismo como por su rival político el macrismo, de acuerdo a sus respectivas coyunturas.
Por ejemplo: durante los gobiernos kirchneristas la fuga de capitales a través del giro de utilidades, de las transnacionales residentes en el país, nunca tuvo restricción alguna hasta la crisis del 2008. En el gobierno de Macri se aumentaron los planes sociales y se utilizó bandas cambiarias para la intervención del Central ante la cotización del dólar.
Por lo tanto, sea keynesiano o liberal el Estado burgués es una institución necesaria para la reproducción del sistema, garantizando la “paz” social y la acumulación del capital.
En este estadío histórico, querer anteponer la libertad de mercado frente al proteccionismo como formas antagónicas (beneficiosas o maliciosas al pueblo), es un mero engaño de teóricos de la coyuntura que solo crean conceptos abstractos sin anclaje en la realidad. Grandes creadores de ilusiones bien retribuidas y emulada por mediocres cuadros políticos.
Los que pregonan un estado proteccionista como un triunfo frente al imperialismo, olvidan toda la teoría marxista y la experiencia de lucha revolucionaria de los siglos XIX y XX.
Haciendo hincapié en el distribucionismo soslayan que las fuerzas represivas (tanto estatales como paraestatales) también intervienen para lograr que una fracción de la burguesía se convierta en la clase nacional y hegemónica.
Cambio de la estructura en las RRII
Cada período histórico tuvo su pandemia y su forma de enfrentarla, pero también su forma de reorganizar la sociedad, no determinada a priori.
La pandemia y cuarentena actual está demostrando que la parálisis económica ha agudizado las disputas entre las grandes potencias mundiales, no como causa de un orden nuevo mundial, sino, como resultante de un reordenamiento posterior al fin del unipolarismo hegemonizado por el imperialismo norteamericano.
Esta nueva estructura, cuya disposición de los actores globales puede establecer un multipolarismo o nuevos bloques en disputa, tiene una impronta particular en la historia del capitalismo. El crecimiento exponencial de China con el cambio rotundo de su estrategia (de fronteras adentro a posicionarse como sostén de la globalización), conjuntamente con el resurgimiento de Rusia como actor internacional de relevancia militar y política, puede cambiar el eje del capitalismo mundial de occidente a oriente. La política aplicada por Xi Jinping como punto de inflexión desde la Revolución de Mao en 1949 y el giro capitalista de Deng Xiaoping en 1978, se expresa en la Nueva Ruta de la Seda y la conformación del espacio geopolítico de Eurasia junto con Rusia.
Mientras que el gobierno chino adquiere los activos financieros depreciados por la epidemia (tanto de empresas locales como europeas), el gobierno de Trump pondera la actividad económica por sobre la propagación del virus. Esto pone de manifiesto la diferencia entre la política implementada hacia el desarrollo interno frente a una de expansión externa de los capitales.
Sea cual sea el nuevo panorama post pandemia, estaremos frente a un reacomodamiento de los grandes jugadores globales y ante un cambio de la estructura internacional en el nuevo capitalismo del siglo XXI.