Por L. Mishkin
Aclaración preliminar
Las reflexiones aquí volcadas no pretenden dañar la susceptibilidad de nadie en particular, ni tampoco van dirigidas en lo personal a ningún camarada. Sólo procuran abrir un espacio de discusión e intercambio orientado a fortalecer el rol de nuestro Partido.
Asimismo, puedo decir que conozco a muchos camaradas contaminados de posibilismo por los cuales, a pesar de las diferencias, profeso un gran cariño y respeto, dado que la abnegación y la lucha en décadas y décadas de militancia de esos camaradas están más que probadas, y desde ese punto de vista, se merecen el respeto como camaradas..
El veneno del posibilismo que inocula a nuestras filas no tiene por fuente a esos camaradas, sino a los liquidadores del Partido Comunista a quienes les es enteramente funcional cualquier posición que oscurezca o desligitime el rol revolucionario de nuestra organización.
Por ellos, lo confieso, no siento ni consideración ni respeto.
¿Qué cosa es un posibilista?
Los más jóvenes del siglo XXI, aquellos que no fueron ni testigos ni herederos de las grandes revoluciones del siglo XX, ni de la existencia de la URSS, ni del Campo Socialista, nos lo preguntan una y otra vez.
¿Cómo pensar el camino hacia la revolución socialista cuando el debate y la lucha ideológica suelen estar minados por una variedad de argucias semánticas, evidencias falsas sobrecargadas de “sentido común”, de argumentos que en fin, nada tienen que ver con el potencial creativo del marxismo-leninismo y que sólo pueden germinar en el terreno fértil de la ingenuidad, la ignorancia y la muy pobre formación política de nuestros militantes.
Es lamentable decirlo, pero no podemos abordar la solución de un problema sin antes admitir su existencia.
Por eso, conociendo ese vacío, todo hábil liquidador sabe de antemano que siempre debe contar con un repertorio de frases hechas, clichés y lugares comunes que oportunamente, sacará de su talego cuando se trate de descoyuntar el debate ideológico profundo.
Hoy, uno de nuestros principales déficit está representado por ese vacío que han dejado la dispersión y el aplanamiento del rol revolucionario de nuestro Partido.
Para el posibilista es tal el agobio que le provoca indagar la genealogía de algunos axiomas, que cuando el buen burgués dice “la política es el arte de lo posible”, él va y repite con devoción de misal, sin detenerse a pensar en el linaje de semejante nadería.
Para no redundar en ejemplos, la objeción que más recurrentemente puede escucharse, en esta especie de simulacro de debate ideológico que propone el posibilista, es aquella por la cual “no se puede encajar la realidad que nos toca vivir en el fórceps de la teoría y de la experiencia revolucionarias”.
¡Qué noble objeción! ¿Quién podría oponerse a esa obviedad de uno más uno es dos?
Lo cierto es que para que esa obviedad se convierta en verdad imbatible, el posibilista, al no contar con las herramientas teóricas con las que debería contar para el debate, se encarga primero de adornar cuidadosamente la caracterización de “esa realidad que nos toca vivir” con sofismas y bisuterías que si se las mira bien, no son más que lentejuelas de colores.
Por otra parte, como no le basta con deformar la materialidad del mundo real, el posibilista entre otras cosas es, incluso desconociéndola a veces, un gran tergiversador de la teoría.
Desde esa oquedad insondable, desde ese punto de vista alejado ya del materialismo dialéctico e histórico, el posibilista es capaz de adaptar a su casi nula estrategia de poder, desde lo más simple hasta lo más complejo.
Y cuando digo materialidad del mundo real, quiero decir que llega incluso a negar o a desfigurar todo lo que tenga que ver con la piedra basal de la economía política del marxismo que claramente fuera resumida en el célebre prólogo de “Una contribución a la crítica de la economía política”, cuando Marx incluye allí, junto con las condiciones materiales de vida de las clases que componen una sociedad, la visión filosófica del materialismo dialéctico e histórico al establecer los pilares de la concepción política y jurídica del Estado y el ser social como aquello que determina la conciencia del ser humano [ii].
El posibilista no quiere analizar la realidad a la luz de la experiencia y de la teoría revolucionaria sencillamente porque una y otra en definitiva echarán por tierra toda su errada caracterización del capitalismo, de las clases que lo componen, del papel que juegan cada una de ellas en determinados contextos, de las relaciones de producción y del desarrollo de las fuerzas productivas, etc.
No sabe que según la relación que se da entre la estructura del capitalismo y el mundo de las ideas, lo que ayer fue progresivo hoy puede ser reaccionario, y viceversa.
“Yo he preferido hablar de cosas imposibles / porque de lo posible se sabe demasiado” (Silvio Rodríguez)
El posibilista no sabe o no quiere saber que esa conciencia del ser es una categoría dinámica, cambiante, ya que todo aquello que la conforma como cultura subalterna (al decir de Gramsci) adopta o puede adoptar mejor dicho, distintas adhesiones o rechazos, según varían no sólo las relaciones de producción, las formas de explotación, el desarrollo de las fuerzas productivas, etc. sino también el desarrollo de la cultura hegemónica. (Perdón por la digresión, pero librémoslo a Gramsci de una buena vez de los reformistas y de los posmodernos).
Tanto la visión táctica como estratégica del posibilista son tan confusas, (o directamente a veces ni las tiene) que en su afán pragmático por amoldar lo que sea a los criterios de la realpolitik, desordena y reordena a piacere y sin escrúpulos la teoría revolucionaria.
Por ejemplo, y sin entrar en la discusión acerca del papel de las burguesías nacionales de América Latina por la que Mariátegui y Codovilla rivalizaron, en materia de políticas de frente único, el posibilista al repetir y repetir una y otra vez slogans vacíos de contenido, parece desconocer que la historia del movimiento revolucionario cuenta con una sobrada experiencia y material teórico suficiente como para desmentir por ejemplo, su vulgar concepción de la unidad por la unidad misma.
A continuación, un ejemplo claro de la relación entre el rol de los partidos comunistas y sus políticas de frente único expresada por Guiorgui Dimitrov allá por el año 1935:
“(…) Nuestros Partidos de los países capitalistas han crecido sin duda alguna y se han templado considerablemente. Pero sería un error sumamente peligroso darse por satisfecho con esto. Cuanto más se extienda el frente único de la clase obrera, más tareas nuevas y complicadas se nos plantearán, más tendremos que trabajar por el fortalecimiento político y orgánico de nuestros Partidos. El frente único del proletariado hace brotar un ejército de obreros, que sólo puede cumplir su misión, si tiene a su cabeza un guía que le señale sus objetivos y sus caminos. Sólo un fuerte partido revolucionario puede ser este guía.”[iii]
Me interesa resaltar esta última frase de Dimitrov.
Para aquellos que conciben el rol del Partido con resignación melancólica, (o directamente ni siquiera lo conciben), el revolucionario búlgaro, padre de la política de frentes sería hoy una especie de “miembro de la secta Moon” o algo así. Y sólo porque subraya debidamente que “sólo un partido revolucionario puede ser la guía” de ese “frente único”, que no casualmente señala como de “la clase obrera”, y no de los partidos políticos de la burguesía cuya base (tal el caso de Argentina) puede incluir una porción importante del proletariado. Quién dice que no.
El posibilista entonces sacará de su maleta el remanido argumento de la “correlación de fuerzas” tratando de lunáticos a aquellos que todavía tienen la osadía de mencionar las palabras “revolución” , “dictadura del proletariado”, “socialismo”, del mismo modo que los reformistas trataron a Lenin de loco cuando en Abril del 17 les dijo a los bolcheviques que la tarea principal del Partido consistía en un programa concreto y en la acumulación para la toma del poder, hecho que se consumó seis meses más tarde.
El posibilista subestima por partida doble la concepción leninista de partido; es decir, partido de “profesionales”, educados en la conciencia de clase del proletariado, capaces de transmitir esa conciencia a la clase y a sus aliados, siempre y cuando su dirección se constituya como tal, como una “guía que le señale sus objetivos y sus caminos”. Es decir, como la dirección organizada y consciente del proletariado.
Como su resignación es tan abrumadora frente a esa tarea ineludible y por cierto necesaria, el posibilista dirá que “las masas son peronistas” y en consecuencia, si fuera necesario toda la organización partidaria debería ubicarse en el último furgón de ese convoy que dicho sea de paso, desde años quién sabe adónde va, incluso, a fuerza de mimetizarse lo máximo posible con quien que lo conduzca ocasionalmente.
Lo que cabe preguntarle al posibilista en tal caso, es qué sentido tiene entonces la existencia de un Partido Comunista cuando éste se halla en evidente minoría entre las masas y no cuenta con capacidad de constituirse en guía de una revolución social[iv].
Hay quienes ven, o incluso quieren ver en ese “fortalecimiento político y orgánico de nuestros Partidos” un rasgo de intransigencia sectaria o de “izquierdismo” que pretende salirse de esos frentes cuando en realidad se trata de todo lo contrario. Es decir, nadie dice que no hay que insertarse en esos frentes, pero sí que deberíamos hacerlo con toda la fuerza de la teoría y de la acción revolucionarias concibiendo esas alianzas no como sumisión a los partidos burgueses, sino como una unidad en disputa ideológica de la clase obrera, contra el reformismo, la socialdemocracia, el socialcristianismo, el bonapartismo, el nacionalismo burgués, y el resto de las variantes de la politiquería de los partidos policlasistas.
Sucede que al posibilista, su visión estática del universo le impide detectar los cambios que se dan, tanto en la base del sistema capitalista como en la de su superestructura. Por eso se ata como Ulises al mástil de sus “certezas” (no quiere oír otra que cosa que no sea “las masas son peronistas”). Certezas con las que alguien lo hechizó y que él jamás se ha detenido a analizar si son tan auténticas.
Aun así, y aunque le cueste relacionar la realidad con la teoría, vale la pena tomarse el trabajo de buscarle las respuestas a tanta dificultad teórica en el pensamiento y en la acción de Lenin. ¡En quién otro sino!
Un poco de historia (y sin fórceps)
Rusia. Año 1917.
Una vez consumada la revolución de febrero, muchos dirigentes bolcheviques regresan del exilio o de las prisiones en Siberia. La humanidad expectante es testigo de un acontecimiento de imprevisibles consecuencias y del que no existen antecedentes hasta ese momento en la historia.
¿Qué pasará ahora que el Zar y mil años de vasallaje han caído? ¿Se abrirá por fin el período de la revolución democrático-burguesa o de la revolución socialista? ¿Será el fin o la continuidad de la gran guerra?
Mientras sigue encendida la llama del descontento con huelgas en las fábricas de Moscú y de Petrogrado, 40 mil mujeres salen el 8 de marzo a exigir igualdad de derechos. Los bolcheviques en franca minoría , con su dirección aún incompleta, se preguntan qué hacer en esas circunstancias tan particulares. La mayoría de ellos paradógicamente, se siente atraída por la posición de los mencheviques: apoyar y fortalecer la república democrático-burguesa.
Les parece lo más “razonable”, lo “posible”, tomando en cuenta la correlación de fuerzas.
En medio de ese clima simultáneo de agitación y de confusión, el 16 de abril según el calendario occidental, Lenin llega a la estación Finlandia.
Apenas sus partidarios salen a recibirlo, Kámenev le estrecha la mano y se topa con el primer replicato del gran lider: “¿Qué anduvo usted escribiendo en el Pravda?”
Pronto Lenin deja a un lado a Kámenev y se dirige a la multitud:
“Queridos camaradas, soldados, marineros y obreros: Me siento feliz al saludar en ustedes a la revolución rusa triunfante, al saludarlos como vanguardia del ejército proletario internacional… La revolución rusa hecha por ustedes ha iniciado una nueva era. ¡Viva la revolución socialista mundial!”
No es el tipo de discurso que esperan ni Kámenev, ni los mencheviques, ni aún muchos de sus camaradas de la fracción bolchevique.
Del resto de los acontecimientos, no quiero extenderme demasiado. Es historia conocida por muchos (y por otros no tanto).
Lenin, ante la oposición de todos logra convencer a propios y ajenos. Pone la locomotora en dirección a Octubre y no se detiene hasta la primera Revolución Socialista de la historia.
¿Cómo es que ese gigante de un metro sesenta logró reencauzar el curso de los hechos hacia los objetivos que se había trazado catorce años atrás?
La respuesta no es imposible de contestar y los postulados de esa modificación que Lenin a la cabeza de los bolcheviques lleva a cabo sobre el curso de la historia están claramente puntualizados en Las Tesis de Abril.
“Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria “exigencia” de que deje de ser imperialista.” (Tesis 3)
Por ésta, y por el resto de las tesis, Aleksandr Bogdanov, dirigente bolchevique, dijo que todo aquello se trataba del “delirio de un loco”. Se sabe que muchos de sus otros camaradas no fueron más amables que Bogdanov para con Lenin.
Tal vez porque de todo aquello, lo que más soliviantaba a reformistas y tergiversadores por igual era que ahora Lenin les posibilitaba a los bolcheviques un programa como herramienta de acumulación en medio de tanto desconcierto, protestas, huelgas, levantamientos militares y de una paz que aún Kerenski no se dignaba a formalizar mientras día a día la guerra seguía cobrándose víctimas en el frente.
Es importante resaltar que para tales fines además, Lenin proponía en la Tesis 9 (Tareas del Partido) los siguientes ítems:
- Celebración inmediata de un congreso del Partido.
- Modificación del programa, principalmente:
- Sobre el imperialismo y la guerra imperialista.
- Sobre la posición ante el Estado y la reivindicación de un “Estado-Comuna”.
- Reforma del programa mínimo, ya anticuado.
- Cambio de denominación del Partido (que pasará a llamarse “Partido Comunista”, sin más).
Podríamos afirmar a esta altura, que Lenin condujo dos revoluciones. O mejor, que una es consecuencia de la otra: una, la revolución en las mismas entrañas del Partido contra los reformistas, tergiversadores, liquidadores, etc.; y otra, la revolución socialista propiamente dicha.
Posibilismo criollo
Para finalizar y volviendo a la cuestión inicial, como bien sostiene José Schulman, “ la historia del Partido Comunista es una historia contradictoria. Una historia contradictoria entre el discurso y la práctica. Generalmente la práctica bastante más avanzada que el discurso. Es una historia de contradicciones entre la militancia y la dirección, entre la militancia entre sí y también entre los miembros de la dirección”[v], de tal modo que podríamos aprovechar para decir que en el marco de esta nueva coyuntura en la que a los partidos políticos de la burguesía ya no le quedan muchas variantes gattopardistas en relación a la profunda crisis del sistema capitalista y la ofensiva del imperialismo, no deberíamos permitirnos tantas contradicciones entre el discurso y la práctica, entre la teoría y nuestro rol como Partido y como dirección organizada y consciente de la revolución para la que fue creado.
El posibilismo es un atajo por donde tarde o temprano la organización se dará de narices contra nuestro rol histórico, nuestra razón de existir como partido, conduciéndonos al abandono absoluto de nuestras premisas fundacionales.
Ser un posibilista es pensar que en la Argentina la imposibilidad de un Partido-Comunista-Timonel-de una Revolución es inviable, y que por lo tanto lo único que quedaría por hacer es intentar mejorar el capitalismo, “darle un rostro humano”, aceptar con resignación que “las masas son peronistas” y como consecuencia de ello la tarea primordial es ir como furgón de cola de los proyectos de una supuesta burguesía “nacional” sin cumplir ningún papel de guía de la clase obrera. Otorgarle ese papel a aquellos que sabemos de antemano conducirán al pueblo a una derrota tras otra derrota, reforzando los mecanismos de explotación de la clase dominante, es un acto de claudicación imperdonable y un golpe directo en la base de flotación de lo que queda de nuestra organización política.
No es algo que les disguste a los liquidadores por supuesto.
Pero es una gran paradoja que para el posibilista todo sea posible, menos la Revolución.
[i] Militante del Partido Comunista, Comuna 7, CABA.
[ii](…) en la producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se eleva un edificio jurídico y político y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí.”(Prólogo a Una contribución a la crítica de la economía política, K. Marx, 1959)
[iii] “El fortalecimiento de los Partidos Comunistas y la lucha por la unidad política del proletariado” (G.Dimitrov)
[iv] Pensándolo bien, mejor no preguntarle nada, ya que podría abrirle las compuertas a los liquidadores que yacen en todos los espacios de la estructura partidaria agazapados. (N.de la R.).
[v] (****) “El viraje del Partido Comunista”, (José Schulman, año 2000, https://cronicasdelnuevosiglo.com/2000/11/01/el-viraje/)