Por Eduardo Ibarra
A pocos días de las elecciones el gobierno macrista presentó el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea como un logro estratégico y paradigmático. Aunque este acuerdo tuvo su inicio en pleno auge de la hegemonía neoliberal en la década del 90, nunca pudo ser concretado ante el derrotero de sucesivos de gobiernos con sus variadas crisis y por la complejidad de las disímiles economías en su complementaridad entre ambos bloques regionales y continentales.
No es casual que los gobiernos liberales de Brasil y Argentina sean los que hayan cerrado el acuerdo por encima de todas diferencias estratégicas, teniendo en cuenta la relevancia de las burguesías en sector externo y el tamaño de ambas economías en sus volúmenes de PBI a nivel del Mercosur. Estructuralmente en ambas economías el mayor peso de sus productos transables se compone de commodities de bajo valor agregado, mientras que sus importaciones se conforman, en un gran porcentaje, de insumos industriales y productos de alto valor industrial tecnológico. Esto da como resultado un saldo superavitario, en la balanza comercial, a los países con mayor desarrollo tecnológico en la composición orgánica del capital[i].
Desde la crisis regional de los gobiernos intervencionistas o populistas, y con cierto rasgo proteccionista, la fracción de la burguesía globalista ha tenido un mayor poder de decisión en la economía política, posibilitando un amplio margen de libertad para la fuga de capitales y para la obtención de ganancia por medio del mercado financiero[ii]. En el caso argentino el ascenso de esta fracción no fue resultado del cambio de gobierno en el 2015, sino a la imposibilidad de reeditar el viejo modelo nacional peronista de un Estado regulador de la economía y distribuidor del excedente del campo hacia la industria, para así fortalecer a una burguesía interna en la consolidación de la soberanía política y económica.
Tanto la integración de la estructura productiva nacional al mercado financiero global, como la característica social de la burguesía local, fueron (y son) los pilares que conformaron la relación de dependencia que hizo inviable el proyecto político de un capitalismo nacional autónomo.
Con el triunfo electoral de la alianza Cambiemos la fracción de la burguesía librecambista pudo, por primera vez en nuestra historia, consolidarse por medio del voto y no a través del fraude, los golpes militares o parasitando a los gobiernos populistas. A partir del gobierno de Macri esta fracción de la burguesía ha logrado desarrollar, a través de los medios comunicacionales e institucionales, su hegemonía cultural hacia grandes sectores populares.
Desde la consolidación de este bloque de poder los liberales pudieron disputar el sentido común en una división dicotómica y antagónica entre un pasado populista fracasado y un futuro moderno integrado al capitalismo global, logrando de este modo que el acuerdo con la Unión Europea sea presentado como un triunfo de cara a las elecciones presidenciales del 2019.
De esta manera el gobierno se posicionó dentro las concepciones liberales y abiertas al mundo, enfrentadas al viejo y obsoleto modelo cerrado de sustitución de importaciones.
Los proteccionistas
Tanto los librecambistas como los proteccionistas son las caras de una misma moneda, en la que cada sector disputa la apropiación del mayor porcentaje del valor creado por los trabajadores (plusvalía). Ambos sectores son instrumentos para la reproducción y acumulación del capital en consonancia con determinados períodos de depresión o crecimiento.
En esta disputa, la fracción de la burguesía industrial de mercado interno fundamenta su postura en el propio desarrollo de la producción de bienes para satisfacer la demanda de la sociedad, al tiempo se crean puestos de trabajo para una mayor mano de obra (círculo virtuoso). Este argumento tan repetido por nuestros keynesianos nacionales desconoce que la existencia y esencia de la burguesía no es la de satisfacer necesidades en relación al valor de uso de las mercancías, sino, la de lograr, por medio del valor de cambio, que se realice una mayor cuota de plusvalía[iii].
Si bien una protección a la economía nacional puede generar un cierto nivel de crecimiento, este es sólo temporal como consecuencia del grado de desarrollo de las capacidades ociosas generadas durante las crisis recurrentes de sobreproducción. Al recuperar el nivel de actividad en aproximación a la frontera de producción y con un mercado cerrado, la burguesía no genera cambios tecnológicos para producir un mayor número de mercancías a menor costo, sino que con la misma capacidad instalada incrementa los precios sin necesidad de inversión frente a otra competencia. Por lo tanto, no son las necesidades las que hacen al capitalista sino el nivel de ganancia.
Esta disputa fue comprendida por Marx y Engels en la década de 1840 donde criticaron fuertemente al economista estrella de la burguesía prusiana, List, quien reclamaba un proteccionismo como forma de elevar y proteger el nivel espiritual y material del Estado, frente a la superior competencia industrial inglesa.
Esta crítica no fue dirigida contra el proteccionismo en sí mismo y/o a favor del libre cambio, ni tampoco opuesta al desarrollo de las fuerzas productivas del proto Estado alemán. La crítica fue dirigida a la pretensión de la burguesía nacional, de ser la única y legítima opción de los trabajadores, en contra de su autonomía como clase y su lucha por el socialismo.
Marx decía sarcásticamente » si tenéis que dejaros estrujar, más vale que os estrujen vuestros connacionales que los extranjeros».
Libertad de mercado en la teoría de los hechos
Los argumentos librecambistas están basados en la vieja concepción de Adam Smith en la cual toda apertura comercial generaría de por sí el desarrollo de los sectores nacionales avanzados, mientras que por medio de las importaciones se cederían las ramas menos productivas a los países con mayor ventaja competitiva. De esta manera las sociedades integradas al mundo no destinarían sus recursos a las industrias atrasadas, sino que se concentrarían eficazmente en las de mayor potencial, para poder complementarse con otros países por medio del comercio internacional.
Si bien esta integración se explicaría por la perfección de la mano invisible de la competencia entre capitalistas, en los hechos deja de lado las disputas entre países cuyas estructuras productivas no son complementarias sino antagónicas, como ser el caso de la agricultura argentina y la agricultura subsidiada francesa, o a las políticas proteccionistas que llevan adelante los Estados de los países capitalistas más desarrollados; ¿Alemania haría un acuerdo que perjudique su estratégica industria automotriz?
Nuestros liberales, hechos a la medida de los intereses imperialista, no tienen reparo a la hora de repetir los viejos dogmas, aplicando mecánicamente ideas que en el siglo 18 se dieron entre los fisiócratas, los mercantilistas y los liberales, dentro de un contexto histórico de luchas monárquicas y burguesías en busca de nuevos mercados.
En el inicio del siglo 21, los liberales siguen repitiendo un dogma que no da cuenta del desarrollo tecnológico dentro de la expansión y dominio del capital financiero que, al modificar la forma de acumulación y reproducción, profundiza la explotación, la desigualdad, la marginalidad y la concentración de la riqueza. Una perfección libremercadista que, ante un sistema que produce en exceso, no tiene en cuenta las necesidades de la población planetaria.
Sin embargo, a diferencia de Adam Smith[iv] que entendía al capitalismo desde una visión moral (aunque falaz), nuestros liberales han logrado la sinceridad en sus teorías al despejar de toda retórica artificial y adornos éticos para mostrar el sistema tal cual es.
Las teorías liberales, que refieren a la teoría fundante de Adam Smith, dejan de lado todo rasgo humanista y ético con el que el pensador escocés vertebró su idea del capitalismo. Sin una ética para regir la conducta de la burguesía y las leyes del sistema, el darwinismo social de Malthus se conjuga para determinar quiénes son los perdedores y los ganadores en la competencia por la mayor obtención de ganancias. Haciendo un traslado mecánico de las leyes de las ciencias naturales a las relaciones sociales, las consecuencias nefastas del sistema capitalistas se explican así por la incapacidad de quienes no se adaptan a estas leyes inmutables que rigen en nuestras sociedades.
La libertad en la libertad de mercado
El concepto de libertad a través de la libertad de mercado guarda en su interior la contradicción propia de origen en la lucha entre burguesía y Monarquía, lo que en la actualidad se traduce como Estado versus sociedad civil. Sin embargo, esta falsa dicotomía no puede explicar la relación de la propiedad privada y la libertad como constitutiva del ser social, porque al reducir la libertad a un mero acto de posesión, como hecho en sí mismo, produce la cosificación de la vida en la reproducción de las relaciones sociales de producción.
Así, la libertad sumida en la propiedad privada hace al poseedor esclavo de la propiedad y al desposeído esclavo de sus necesidades.
Los fundamentos racionales del libre mercado que se contraponen al autoritarismo, como un tipo de romanticismo negativo, formaron parte de un mismo paradigma en un mismo origen, el iluminismo. La primera generación de la escuela de Frankfurt dio cuenta de la íntima relación entre el surgimiento del nazismo y las ideas liberales burguesas, ambas tributarias del individualismo racional desde un yo trascendental ejercido hacia un otro como forma de control, sea explícito o implícito, sea desde la violencia ejercida por un Estado autoritario para restablecer y mantener el orden, o por medio de la hegemonía de una clase social que ha consolidado ese orden.
Este racionalismo como producto de la repetición y sustitución de la vida en todos sus aspectos ata al ser social, desmembrado, acotado y restringido, a su ser biológico reproductivo. La alienación y enajenación de su esencia ontológica.
Entender el racionalismo liberal, es comprender la destrucción “necesaria” de todo elemento utópico genérico y superador del presente, que coloca al individuo en un lugar de aislamiento bajo la disciplina y el control, por medio del panóptico de vigilancia extrínseca como los modelos autoritarios, o por medio conformación de la subjetividad a través de la hegemonía como en las democracias burguesas[v].
La utilización de un método científico (sea veraz o no) para legitimación del nazismo y de la democracia liberal, forma parte de la misma metodología. Uno aplicando el darwinismo social desde la idea de las razas superiores e inferiores y otro desde la competencia entre quienes se adaptan o no a los cambios del mercado. En ambos casos se trata de la vida o la muerte. De hacer morir o dejar morir (como diría Foucault)
La teoría de la práctica. Un acuerdo comercial ideológico.
Desde la matriz liberal el acuerdo con la Unión Europea plantea:
- Una relación más directa y obscena entre los capitalistas y los políticos al igual que en la plutocracia norteamericana, para borrar toda formalidad popular a nuestra democracia. Lo cual implica una forma de legalizar la corrupción de los funcionarios ante el poder económico.
- Dejar de lado toda lucha corporativa sindical de los trabajadores para plantera la discusión entre sectores empresarios, entre quienes ganan y quienes pierden, ante la mayor la apertura hacia el mercado europeo.
- Dar por finalizada la discusión de las consecuencias que acarrea la mayor apertura comercial en la vida de nuestros pueblos, para pasar a una discusión de costos económicos ligados a la ganancia de los capitalistas.
- Hacer hincapié en el beneficio de los consumidores en el poder de compra de productos importados baratos, abstrayendo a los sujetos sociales para ocultar que esos consumidores son la pequeña y mediana burguesía con poder adquisitivo para adquirir esos productos. Desconocer a la clase obrera como sujeto social y pretender cooptar a la llamada clase media en su pretensión de ser y parecer a la alta burguesía.
- Utilización de un mecanismo discursivo de categoría abstracta, como la de consumidor, para negar la división de clases y a las masas de desocupados como consecuencia de la naturaleza del capitalismo, como forma de desaparecer a los que no están dentro del sistema sea por razones políticas y/o económicas.
- Naturalizar el cambio permanente en función a la reproducción y acumulación del capital, como leyes inmutable ajenas a la decisión de los pueblos. Imponiendo la idea de que toda intervención voluntaria de las leyes económicas puede ser una amenaza a la correcta disposición del sistema.
- Consolidar la idea de que el desarrollo tecnológico genera por sí mismo la elevación del nivel de vida y la economía, despojado de toda intencionalidad ideológica e intereses de clase.
- Imponer la necesidad de la reforma laboral y previsional para ser una economía competitiva insertada al mundo, cuyos nuevos empleos no se vean obstaculizados por supuestas leyes perimidas.
Nuestros liberales frente al mundo
La consigan repetida de que estamos fuera del mundo y por lo tanto hay que insertarse a la llamada globalización, ha formado parte del esquema discursivo de nuestros liberales autóctonos en nuestra historia contemporánea, que si bien, se han autoproclamado como sostenedores de esta verdad irrefutable, de ningún modo esto refiere a un mundo compuesto por 193[vi] Estados, sino, a una esfera de influencia imperialista que rigen el sistema internacional de acuerdo a sus respectivos intereses.
Esta argumentación no da cuenta de que ante el fin del mundo unipolar y en un contexto donde el surgimiento de China como potencia que disputa la hegemonía norteamericana, Europa vuelve a tener una preponderancia a nivel de los actores mundiales y a la vez de poder ser un espacio geoestratégico para la expansión de la nueva ruta de la seda.
Mientras que el imperialismo anglo yanqui pretende aplicar políticas de dominación unipolar para consolidar su propio bloque de poder, contradictoriamente China y Rusia llevan adelante un modelo de hegemonía global con la integración en los distintos continentes, en el cual Europa y Alemania (como potencia principal) son claves en el entramado geopolítico[vii], pero que al mismo tiempo genera temores frente al dominio del capitalismo chino.
Hablar de la inserción al mundo sin comprender la complejidad de las Relaciones Internacionales y de la ideología en que se sustenta, es ocultar los motivos verdaderos por los que se llega a este acuerdo de libre comercio.
Desde un aspecto económico, los liberales, siempre esgrimieron la idea de que el mercado cerrado impedía la competencia y por ende el desarrollo de los métodos de producción, provocando la monopolización de la economía en detrimento de los consumidores. Sin embargo, la misma esencia del capitalismo en la lucha por ganar más mercado a través de la competencia, genera los mismos resultados al concentrar y centralizar la economía a nivel mundial. Esta característica que Marx develó en el capitalismo del siglo 19, hoy se encuentra agudizada en la mayor atomización entre los más ricos y los más pobres como nunca en la historia de la humanidad. Dentro del plano internacional nada tienen para decir con respecto al Estado en relación a la libre competencia ante la conformación del capitalismo global.
Todo es política
Lo que no expresan los eufóricos liberales autóctonos es que aquellos países que suscribieron un tratado de libre comercio con la Unión Europea, tienen una balanza comercial deficitaria con el viejo continente. Y que el nuestro en particular ya es deficitario sin libre comercio.
También guardan silencio, a la hora de utilizar esto para la mezquina disputa electoral, en lo referente a que dicho acuerdo tiene que ser tratado por los parlamentos de los respectivos países y el Europarlamento[viii], lo cual implica años de disputas con un final incierto.
Si bien el tratado está en consonancia con la concepción liberal del gobierno macrista, esto no es más que la posibilidad de reeditar (con la algarabía aperturista) un nuevo acuerdo de libre comercio con el imperialismo yanqui y así profundizar la transnacionalización de la estructura productiva para el saqueo de los recursos y del trabajo de nuestro pueblo.
Bibliografía
Marx Karl, 1999, 6ª edición, El Capital, D. F., Fondo de Cultura Económica.
Castro Jorge, 2013, El desarrollismo del siglo XXI, Buenos Aires, Pluma Digital Ediciones.
Smith Adam, 1958, 2ª edición, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, D. F. Fondo de Cultura Económica.
Foucault Michel, 2004, Nacimiento de la biopolítica, D.F., Fondo de Cultura Económica.
Marx Karl, 2018, Comunidad, nacionalismo y capital, Buenos Aires, Amauta insurgente Ediciones.
[i] La diferencia entre capital variable y capital constante determina el grado creación de valor y la sustracción de plusvalía.
[ii] Durante el kirchnerismo tanto el sector financiero como las transnacionales pudieron realizar grandes ganancias y transferencias hacia las casas matrices sin ningún tipo de restricción, hasta que los efectos de la crisis de los títulos subprime impactaron en la economía nacional. La desaceleración de la economía mundial produjo la baja en los precios de la soja, por lo cual la escases de divisas puso fin al superávit gemelo. Esto hizo que el gobierno de Cristina Kirchner tomara medidas restrictivas a la compra de dólares y giros hacia el exterior, a fin de evitar la fuga y frenar la caída de las reservas del Banco Central.
[iii] En el tomo 1 del Capital, Marx menciona que: La cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista.
[iv] Adam Smith discutió con los mercantilistas desde una visión humanista de que el intercambio comercial no era un enfrentamiento como forma de continuidad de expansionismo militar de las monarquías, sino un entendimiento a partir la conveniencia individual que estaba en consonancia con la sociedad, por lo cual el beneficio de uno era el beneficio de todos. Teniendo en cuenta su admiración por los fisiócratas franceses, en particular su amistad con Quesnay, no tomó la relación entre agricultura y la generación de valor, sino la diferencia entre trabajo productivo e improductivo.
[v] La separación entre violencia y hegemonía no implica que una sea excluyente una de otra o que una corresponda a un régimen autoritario y otra a una democracia liberal/burguesa. Sino que en la conjunción de ambas hay etapas donde predomina la violencia o el consenso. Ni la violencia es ejercida sin una lucha hegemónica, ni la hegemonía implica una cuestión cultural desembarazada de violencia.
[vi] De acuerdo a los países que integran la ONU en 2019
[vii] La crisis de los países pobres de Europa, mal llamados pigs, y la salida (brexit) de Inglaterra como adherente con moneda propia, y la disputa entre Huawei y el gobierno de Trump por el 5G, son parte de la lucha entre el bloque europeo dominado por Alemania y el bloque anglo norteamericano, en el cual Francia tiene un papel importante pero menos relevante.
[viii] Los sectores agrícolas de Francia, Polonia, Ucrania, etc., ya han puesto el grito en el cielo por la posibilidad de importar productos primarios más baratos desde el Mercosur, lo cual demuestra las asimetrías de las economías europeas. También, tanto la burguesía industrial brasilera y Argentina, han comenzado a ejercer presiones con respecto al tratado, frente al poderoso lobbie del sector externo.