// Por Leonardo Juárez
Del lado del campo popular necesitamos seguir sacando aprendizajes de esta derrota, para conquistar lo que no teníamos en 1976 y no tenemos aún: una fuerza política alternativa verdadera y propia, para que nuestro pueblo pueda alzarse sobre sus propias fuerzas y enfrentar con éxito a los golpistas de ayer y sus herederos.
El terrorismo de Estado en la Argentina tiene una primera etapa que no comenzó con el golpe, sino con el tercer gobierno peronista. Una etapa en que se fue instrumentando un plan de exterminio que después profundizó la dictadura. Recordemos que en este periodo histórico se forma la triple AAA y que estas bandas fueron organizadas y armadas desde el propio estado, pues los asesinatos de militantes populares se planificaban en las oficinas del Ministerio de Bienestar Social que comandaba López Rega, y allí mismo se guardaban las armas.
En el tercer gobierno de Perón se produce una agudización de la lucha social y sectores populares englobados dentro del movimiento peronista dan un giro a la izquierda, rebasan la ideología de su líder y hacen un cuestionamiento de fondo al sistema, decididos a luchar por un cambio revolucionario, por una autentica liberación nacional y social. Entonces la represión se hace feroz y ya presenta la característica del terrorismo de estado: es ilegal, clandestina y en ella colaboran el poder económico, el gobierno, el ejército, la policía y la derecha peronista y no peronista.
Esta primera etapa del terrorismo estatal se divide a su vez en dos momentos bien diferenciados: el primero comienza con la masacre de Ezeiza y la renuncia de Cámpora en Julio del 73 y el segundo con la muerte de Perón y la asunción del poder de Isabel y López Rega, cuando la acción represiva ya no tiene límites. En 1975 se completa el cuadro: el Operativo Independencia donde se ponen en práctica todos los métodos de terrorismo de la dictadura: centros de detención, tortura y ejecución de personas y operativos de represión contra la población y los decretos de aniquilamientos de la subversión firmados por Luder y sus ministros, entre ellos Antonio Cafiero de economía y Carlos Ruckauf ministro de trabajo.
Interrupción del orden constitucional o reorganización violenta y cruel del capitalismo
El Golpe del 24 de marzo fue parte de una Operación Continental de Contrainsurgencia en el marco de la Guerra Fría, en la región que los EE.UU. consideran, desde Monroe hasta Trump su patio trasero. En segundo lugar, en la Argentina, el Golpe tuvo un carácter anticipatorio, casi una contrarrevolución preventiva con carácter de genocidio, y lo hicieron en procura de rescatar el capitalismo argentino de su crisis, la crisis que las luchas le habían puesto al modelo distributivo, que había llegado a conceder el 50% de la renta nacional a los que cobraban salarios y jubilaciones; ese modelo capitalista no funcionaba a pleno, estaba en crisis y “su” solución fue la modificación abrupta de todas las variables económicas empezando por la reducción drástica de los salarios (en pocos meses bajó a cerca del 30% de la renta nacional), la suspensión, modificación o derogación lisa y llana de las leyes laborales , y las regulaciones de cualquier tipo que protegieran al trabajador y el pueblo. Y lo lograron por su fuerza histórica como Estado Nacional Burgués nacido como estado represor desde la conformación del estado moderno argentino.
Podemos afirmar a más de cuatro décadas del golpe, que el terrorismo de estado provocó un profundo corte en las formas de sentir y analizar los cambios, y alimentó una manera de pensar la política que se ha caracterizado como “posibilista” dado que nunca osa desafiar la correlación de fuerzas y el Poder Real. El posibilismo más vulgar ha dominado desde 1983 en adelante el pensamiento político de las fuerzas de centro izquierda y de izquierda moderada, y para fines de los ochenta del siglo pasado se profundizó este abismo provocado por la derrota de los procesos de transición al socialismo, que modificaron la vieja tercera vía socialdemócrata que dejó de buscar un lugar intermedio entre el socialismo y el capitalismo para comenzar a imaginar un supuesto lugar intermedio entre el capitalismo neoliberal, “salvaje” y “financiarizado” y otro capitalismo nacional, “humano” y “productivo”, intentos vanos de ponerle apodos a un sistema que con su nombre define sin error posible a un modo de producción y dominación que funciona con mano de hierro.
Del lado del campo popular necesitamos seguir sacando aprendizajes de esta derrota, para conquistar lo que no teníamos en 1976 y no tenemos aún: una fuerza política alternativa verdadera y propia, para que nuestro pueblo pueda alzarse sobre sus propias fuerzas y enfrentar con éxito a los golpistas de ayer y sus herederos.
Hasta ese momento seguiremos llevando nuestros muertos y nuestros desaparecidos con nosotros. Para que nadie ni nada sea olvidado.