Por Pablo Stasiuk
Hace un tiempo se decidió en la redacción de Centenario que éste número iba justamente en homenaje a los 100 años de la Revolución Rusa. Al fin de cuentas, la mitad de su nombre se debe a ese hecho y la otra mitad al próximo centenario del partido Comunista de la Argentina.
Alguien (al que agradezco) me tiró: -fijate si querés hacer Mayakovski o algo por el estilo. Mi primera reacción fue descartar a Vladimir y bucear un poco por las redes en búsqueda de los poetas menos difundidos en la Revolución. Ahí encontré algunos nombres perdidos, pero poco material, o biografías claramente tendenciosas que apuntaban a ensalzar a los que habían sido críticos al proceso revolucionario. Entonces (por suerte) volví a Vladimir Mayakovski, a releer cosas que ya había olvidado, a leer cosas que no conocía y decidí: Sí, es imprescindible que éste número de Centenario hable del POETA DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE.
El poeta nació en Bagdadi (Georgia) el 19 de julio de 1893. Hijo de un guardia forestal que solía llevarlo de chico en caballo a hacer sus recorridos. Seguramente en esos paseos es que adquirió su amor y conocimiento por el campesinado que en esos tiempos vivía en condiciones de extrema pobreza. Ese mismo amor por su pueblo que se vería reflejado en toda su obra.
“…Empleando nuestro lenguaje,
la rima es un barril.
Un barril de dinamita
la estrofa es la mecha.
Se consume la estrofa,
estalla la rima y la ciudad
vuela como un verso…”
En 1906, ante la muerte de su padre, Vladimir y su familia se mudan a Moscú. La pensión de su madre no alcanzaba para vivir y se vieron obligados a alquilar algunas de las habitaciones de la casa en la que vivían. Ahí, entre estudiantes, tuvo su primer contacto con un bolchevique. El poeta se sentía atraído por los versos antizaristas que circulaban entre los trabajadores y empezó a desarrollar su obra magnífica.
En 1906, con tan solo 13 años, es detenido por su militancia bolchevique, y en 1909 es encarcelado por participar en la fuga de detenidas políticas en una prisión, y condenado a un año de prisión.
Vladimir ya sentía la causa bolchevique como propia y no tendría otro objetivo que la divulgación de la lucha revolucionaria a través de sus variadas facetas artísticas. Era un gran dibujante, poeta, escritor y ensayista. Con el triunfo de la Revolución en 1917, Mayakovski se convirtió en el principal estandarte cultural que representaba a lo nuevo. Sus formas se encuadraban dentro de lo que se llamaba “futurismo”, ya que sus primeros pasos tuvieron más que ver con la pintura que con la poesía.
EL POETA ES UN OBRERO
Se le ladra al poeta:
«¡Quisiera verte con un torno!
¿Qué, versos? ¿Esas pamplinas?
¡Y cuando llaman al trabajo, te haces el sordo!»
Sin embargo
es posible que nadie
ponga tanto ahínco en la tarea
como nosotros.
Yo mismo soy una fábrica.
Y si bien me faltan chimeneas,
esto quiere decir
que más coraje me cuesta serlo.
Sé muy bien
que no gustáis de frases vacías.
Cuando aserráis la madera, es para hacer leños.
Pero nosotros
qué somos sino ebanistas
que trabajan el leño de la cabeza humana.
Por supuesto
que pescar es cosa respetable. Echar las redes.
¿Quién sabe? ¡Tal vez un esturión!
Pero el trabajo del poeta es más beneficioso:
la pesca de hombres vivos, esto es lo mejor.
Enorme, ardiente es el trabajo en los altos hornos,
donde se forma el hierro chisporroteante.
¿Pero quién
se atrevería a llamarnos holgazanes?
Nosotros bruñimos las mentes con áspera lengua.
¿Quién es más aquí?
¿El poeta o el técnico
que procura a los hombres
tantas ventajas prácticas? Los dos.
Los corazones son también motores.
El alma es también fuerza motriz.
Somos iguales.
Camaradas de la clase trabajadora.
Proletarios del cuerpo y del espíritu.
Solamente unidos
solamente juntos podremos engalanar el universo,
acelerar el ritmo de su marcha.
Ante una oleada de palabras, levantemos un dique.
¡Manos a la obra!
¡Al trabajo, nuevo y vivo!
Y a los que discursean
que se les mande al molino.
¡Para que el agua de sus discursos haga girar sus aspas!
La poesía de Mayakovski tiene un fuerte contenido declamatorio, es un manifiesto escrito con la maestría de los artistas comprometidos con la causa revolucionaria, lo que le generaría también la polémica dentro de las propias filas bolcheviques, acostumbrados a la “pasividad” que mostraban los artistas reconocidos.
Una vez establecido el gobierno bolchevique, se encargó de viajar por Europa llevando el mensaje revolucionario a los países que veían con simpatía las reformas que encaminaban al futuro socialista. En Francia conoció a Lili Brik, un gran amor que inspiraría gran parte de su obra, sobre todo una joya: “La Flauta Espinazo”, que junto a “La nube en pantalones” conformaron lo más destacado de su poesía.
Su poesía dedicada al camarada Vladimir Lenin pasó a la historia como uno de los homenajes más comprometidos con la lucha del líder de la Revolución de Octubre
VLADIMIR ILICH, LENIN (FRAGMENTOS)
Es tiempo-
comienzo
el relato sobre Lenin.
No porque
no haya pena
más grande,
es tiempo
porque
la honda tristeza
sea ya
dolor claro y consciente.
Tiempo,
vuelve a flamear los lemas leninistas.
¿Es justo
derramar
lágrimas y lágrimas?
Lenin sigue siendo
el hombre
más vivo entre los vivos. Es
nuestra sabiduría.
nuestra fuerza
y el arma que blandimos.
Los hombres son como barcas,
aunque sin agua.
Mientras
vivimos
se nos pegan
a los costados
muchos
caramujos sucios.
Y después,
sorteada ya
la tempestad furiosa,
te sientas
bajo el rayo del sol
y te quitas
la barba verde
de las algas
y la barba lila
de las anémonas.
Yo también
me limpio
para semejarme a Lenin
y seguir remando
por la revolución.
———————————————-
De noche
dormimos.
De día
hacemos las cosas.
Nos gusta lo ilusorio.
Cuando alguien es capaz
de poner las cosas
en su lugar,
le llamamos
«profeta»,
lo llamamos
«genio».
No tenemos
grandes ambiciones,
si no nos llaman
no acudimos.
Agradar
a nuestra esposa
ya es bastante.
Pero cuando
alguien diferente
avanza
con su cuerpo y su alma
juntos,
murmuramos
«majestuosa figura»,
nos admiramos
«don divino».
Eso es lo que dice
la gente
ni demasiado ingeniosa
ni demasiado imbécil.
Las palabras aparecerán
y desaparecerán como el humo.
De esas cabezas huecas
no sacarás nada más…
Pero ¿cómo medir a Lenin
con la misma vara?
Lo vio todo
y todo el que quiso
ese «tiempo»
no tuvo que agacharse
para pasar
bajo el dintel.
———————————————-
Ayer,
a las seis y cincuenta
murió el camarada Lenin.
Este año
ha visto
lo que no verán muchos otros.
Este día
entrará
en la leyenda triste de los siglos.
El horror
hizo brotar un estertor
de acero.
Una ola de sollozos
pasó sobre los bolcheviques.
¡Terrible peso!
Nos arrastrábamos
como una masa extraviada.
Saber-
¿cómo y cuándo?
¡Saberlo todo!
En las calles,
en las callejuelas
boga
como una carroza fúnebre
el Gran Teatro.
La alegría
es un caracol que repta.
La desgracia
es un corcel indómito.
Ni sol
ni brillo de espejo,
todo
tamizado por los diarios,
salpicado
con negra nieve.
La noticia asalta
al obrero
delante de la máquina.
Una bala en el alma.
Y es como si
se derramasen lágrimas
sobre cada instrumento de trabajo.
Y el mujik
que ha pasado por todas
y que,
más de una vez,
miró la muerte a los ojos,
se aparta de las mujeres,
pero se traiciona
por los regueros negros
que enjuaga con el puño.
Aun los hombres más duros
-de silex-
se mordían el labio
hasta sacarse sangre.
Los niños
quedaron serios como viejos,
y los viejos
lloraban como niños.
Por toda la tierra
el viento
llevaba el insomnio
sin pensar, soplando y volviendo a soplar,
que allá
en el hielo
de un pequeño cuarto de Moscú,
estaba el ataúd
del padre y del hijo
de la revolución.
El fin,
el fin,
el fin.
¡Qué difícil
creerlo!
Un vidrio-
y vemos lo que está abajo…
Es a él
a quien traen de la estación Paveletzki
y llevan por la ciudad
que arrebató a los amos.
La calle
parece una herida abierta…
Aquí
cada piedra
pisada
por los primeros ataques
de octubre,
conoce a Lenin.
Aquí
todo
lo que cada bandera
ha embellecido,
fue comenzado
y ordenado por él.
Aquí
cada torre
ha oído a Lenin
y lo habría seguido
a través del fuego y del humo.
Aquí
cada obrero
sabe quién es Lenin-
exponed los corazones
como ramas de abetos.
Nos llevaba al combate,
anunciaba las conquistas,
y así
el proletario
es dueño de todo.
Aquí
cada campesino
ha inscrito
en su corazón
el nombre de Lenin
con más ternura que en las calendas de los santos.
Ordenó
devolverles
las tierras
con que sueñan
los abuelos muertos bajo el knut.
Y los comuneros
-los de la Plaza Roja-
parecían
murmurar:
«¡Tú, a quien tanto queremos!
Vive
pues tal es
el más bello destino al que aspiramos-
cien veces
nos lanzaremos al ataque
dispuestos a morir!»
Si apareciese ahora
un hacedor de milagros,
y nos dijese:
«Para que él se levante
debéis morir vosotros!»-
La esclusa de las calles
se abriría
y los hombres
se arrojarían
a la muerte
cantando.
Pero no hay milagros;
inútil es soñar.
Está Lenin,
el ataúd,
las espaldas encorvadas.
Fue un hombre
humano hasta el fin.
Ahora,
soporta
el suplicio
del dolor de los hombres.
Nunca hubo
flete más valioso
llevado
por nuestros
océanos
que
ese ataúd rojo
bogando
hacia la Casa de las Uniones,
sobre la espalda
de sollozos y peldaños.
Mientras
hombres
del temple de Lenin
montaban guardia
de honor,
la muchedumbre
esperaba desde hacía un rato
apiñada
a lo largo
y Dimitrovka.
En en alo diecisiete,
el mismo
con su hija en la cola
para el pan-
¡mañana comeremos!
Pero en esta
glacial
y terrible cola,
todos se alineaban
niños y enfermos.
Las villas
se alineaban
al lado de las ciudades.
El dolor tintineaba,
infantil o viril.
La tierra de trabajo
desfilaba,
vivo
balance
de la vida de Lenin.
El amarillo sol
bizqueando dulcemente,
se levanta
y lanza
los rayos a sus pies.
Como
acosados,
llorando la esperanza,
doblados de dolor
desfilan los chinos.
Las noches
venían
a lomo
de los días,
confundiendo las horas,
mezclando las fechas.
Como si
no hubiese
noches ni estrellas arriba.
sino
negros de los Estados Unidos
llorando a Lenin.
Un frío
antes nunca sentido
escocía las suelas,
pero cada cual
permanecía en esa
multitud apretada.
Ni siquiera
se atreven
a frotarse las manos
para calentarse un poco,
no es conveniente.
El frío
atrapa
y arrastra
como si
quisiera poner a prueba
el temple del amor.
Penetra a la fuerza
en la muchedumbre.
Presa de agitación
la muchedumbre
pasa por detrás de las columnas.
Los escalones crecen,
se vuelven arrecifes.
De pronto
no se oye
ni canto ni respiración,
y nadie se atreve a dar un paso más-
bajo el pie, hay un abismo,-
es el borde filoso
de un abismo de cuatro escalones.
Cortando
la esclavitud de cien generaciones,
tiempo en que el oro
tenía toda la razón.
El borde
del abismo-
el ataúd de Lenin,
y más allá,
en todo el horizonte,
la columna.
¿Qué veremos?
Nada más que su frente,
y a Nadejka Konstanstinovna,
detrás,
de una bruma…
Quizá
ojos que no llorasen
verían algo más.
Pero no eran
ojos como esos
los que yo veía.
La seda de las banderas flameantes
se inclina,
para rendir
los últimos honores:
«Adiós, camarada,
has terminado
tu honrado y valiente camino.»
Horror.
Cierra los ojos,
no mires,
como si andases
sobre una cuerda de seda.
Como si
por un instante
estuvieses
a solas
con una inmensa
y única verdad.
Soy feliz.
El agua sonora de la marcha
lleva
su cuerpo sin peso.
Sé
que en adelante
y para siempre,
ese momento
vivirá
en mí.
Feliz
de ser
una partícula de esta fuerza
que tiene en común
hasta las lágrimas de los ojos.
Imposible
que la comunión
en el inmenso sentimiento
llamado
clase,
sea
más fuerte,
más pura.
———————————————-
Y la muerte
de Ilitch
fue
un gran
aglutinador del comunismo.
Por encima de los troncos
de un enorme bosque,
millones
de manos
sosteniendo su asta
-la Plaza Roja-
la bandera roja
se eleva,
arrancándose
con una terrible sacudida.
De esa bandera,
de cada uno de sus pliegues,
nos llegam
vivo de nuevo,
el llamamiento de Lenin:
-¡En fila,
proletarios,
para el último cuerpo a cuerpo!
¡Esclavos
enderezad
vuestras rodillas hincadas!
¡Ejército de proletarios,
adelante y en orden!
¡Viva la revolución
alegre y rápida!
Esta
es la única
gran guerra
de todas
la que la historia ha conocido.
Después de unos años tormentosos por su amor imposible con Lili Brik y en medio de cuestionamientos hacia su persona desde ciertos sectores burocráticos del partido, Vladimir Mayacovski decidió ponerle fin a su vida pegándose un tiro en el corazón el 14 de abril de 1930.
Como dijera uno de sus amigos, solo él podía ponerle fin a ese torrente de vida que brotaba del poeta.
Con 37 años, moría el Poeta de la Revolución de Octubre…el dibujante, el escritor, el revolucionario. El poeta obrero!