Por Eduardo Ibarra
En la presente coyuntura social, que amenaza con desbordarse, el gobierno peronista vuelve a la vieja retórica estatalista con la expropiación de Vicentín.
“El Estado tiene en la actualidad un sinnúmero de empresas que en cualquier momento pueden ser entregadas a las empresas privadas a mediad que las curvas de la economía de aquellas pasen a ser positivas. Felizmente, estamos ya preparando el pasaje de una organización estatal a una organización privada. El Estado argentino, dentro de nuestro concepto, se sentirá muy feliz el día en que no tenga una sola empresa comercial, industrial o de la producción en su poder, porque habrá llegado el momento en que todas las empresas de producción, de la transformación y de la distribución que están hoy en poder del Estado, en situación floreciente, sean absorbidas por el interés privado.
Discurso de Perón ante la convención de la Confederación General Económica, en 1954
“La expropiación en este caso es un remedio excepcional y no permanente porque a mí me gustaría que esto no suceda más”
Alberto Fernández. Entrevista en radio 10.
Es inherente a los gobiernos construir su propio mito como continuidad histórica de la línea político ideológica a la que pertenecen, utilizando un mecanismo de referencia entre los hechos concretos y lo simbólico para constituirse en imaginario social. El peronismo, en todas sus vertientes, sostuvo su propia génesis identitaria como un hito histórico y fundante de lo popular, no como emergente de las luchas obreras representadas en distintos partidos políticos de principios del siglo 20, sino como la concepción propia de lo popular a través de un corte histórico / ideológico.
Esta forma de legitimación utiliza los mismos mecanismos de la religión para establecer su propio ámbito de pertenencia, dentro de una serie lineal de sucesos que se inician en el sacrificio y posterior surgimiento de la verdad mitológica y sagrada. Tragedia, nacimiento, esplendor, dan paso al castigo por el abandono de los principios sagrados que a su vez posibilitan la oportunidad de redención, y así reproducir miméticamente la misma secuencia.
Por disimiles que hayan sido sus distintos gobiernos, la legitimación política del peronismo, estuvo centrada en la capacidad de adaptación a cada momento histórico, desde el intervencionismo del primer gobierno de Perón hasta el neoliberalismo de Menem o el populismo kirchnerista, siempre prevaleció la capacidad pragmática para adaptarse a los cambios estructurales que imponía división internacional del trabajo y la acumulación del capital. El aspecto ideológico y característico de este pragmatismo, que lo diferenció de otros gobiernos, tanto militares como civiles, fue el de lograr mantener su hegemonía sobre una gran parte de la sociedad, al erigirse como movimiento nacional creador de la identidad del pueblo. Si bien esta hegemonía ha perdido capacidad de consenso, pudo neutralizar, a través de los años, a otras fuerzas políticas y sociales en la disputa ideológica.
Esta capacidad, de adaptación y de despliegue de su hegemonía, les permitió a los gobiernos peronistas, aplicar medidas para aletargar sus propias crisis (económicas y de representatividad) y derivarlas a gobiernos de otro signo político, conservando un halo de pureza frente al imaginario popular.
Dentro de la línea histórica, cada período de gobierno tuvo su propia reproducción épica de surgimiento, caída y derrota.
El origen de los dos primeros gobiernos de Perón, estuvieron dados por la justicia social y el desarrollo industrial como auge del capitalismo nacional por sobre el extranjero, mientras su fin, en 1955, fue producto de la intervención de una oligarquía ligada a lo foráneo. El tercer gobierno en 1973 tuvo su relato ideológico en la resurrección y retorno al poder del líder mito, cuya caída (posterior a su muerte biológica) fue por un golpe militar disruptivo. Una vez retomada la democracia en 1983 y con el final abrupto del gobierno radical de Alfonsí, el nuevo gobierno peronista encabezado por Menem surgió como respuesta al desorden social de la hiperinflación, cuya prédica industrialista devino en un modernismo liberal. Si bien, su término no fue producto de golpes militares, la desastrosa gestión radical del gobierno de la alianza, reafirmó, en el inconsciente colectivo, la idea de que la única fuerza capaz de gobernar en orden era el peronismo. Con la llegada de Néstor y Cristina Kirchner, la épica retornó en un nuevo panorama generado por la capacidad asistencialista del gobierno, en base al excedente de las cuentas fiscales y comerciales de los dos primeros períodos de gobierno. Con la crisis económica del último gobierno de Cristina y el triunfo de Macri en las elecciones presidenciales de 2015, el discurso místico peronista estuvo en franco retroceso, hasta que los resultados catastróficos de las políticas liberales hicieron que se articularan nuevamente los mecanismos de la hegemonía popular/peronista, para aglutinar a todos los sectores dispersos del gran arco del peronismo y del neo peronismo progresista.
La asunción de Alberto Fernández como presidente y de Cristina Kirchner como vice, abrió una nueva etapa en la épica populista al derrotar a la nueva coalición de la derecha liberal, y por definición política antiperonista.
A diferencia de otros triunfos, la realidad social y económica, heredada del macrismo, puso en entredicho la capacidad ordenadora del Estado intervencionista, generando un contraste entre lo simbólico discursivo y la verdad objetiva.
Lógica e historia
Los discursos ideológicos no son meros relatos o inventos desembarazados de la realidad, ni una imposición de un grupo dominante sobre otro. Es la aprehensión y comprensión de la realidad social, para legitimar los intereses de las clases sociales y de sus cuadros orgánicos (intelectuales y políticos), con el fin de aplicar acciones políticas en función de esos intereses.
La ideología que se plasma en propuestas, programas y teorías, tienen necesariamente un anclaje histórico como línea argumental de legitimidad en la disputa de poder. Los partidos del sistema, sean reformistas o conservadores, se posicionan frente a las clases subalternas desde discursos idealizados o falaces, con el fin de lograr un consenso para preservar el orden establecido y ser electoralmente más competitivos frente a sus contrincantes. Cuanto más dominio tenga una clase sobre otras, más recatado de la realidad serán las construcciones discursivas.
Dentro de la lucha de clases. que abarca al llamado campo popular, la mayor capacidad que tuvo el peronismo fue la de reafirmarse en su rasgo isomórfico para hacer, de determinadas medidas de gobierno, épicas populares que después transformaron en el contenido mítico de su discurso.
Este mecanismo, aplicado a nivel histórico, abstrae la realidad para darle un sentido que refuerza la argumentación, recortando metafísicamente los hechos y ligando las etapas. Por lo cual la explicación de las derrotas o caídas de los gobiernos peronistas, a manos de militares o civiles antiperonistas, fueron ciertas pero sesgadas, ya que no explican el proceso en que estuvo inmerso el peronismo y su propia debacle. Por lo que, al ser diferidas las crisis, se pudo articular un argumento autoexcluyente de las políticas de ajuste. Y así, desde esta disección de la realidad, se pudo plantear los hechos históricos sin la propia lógica del sistema y del rol de cada actor político en la lucha social.
La relación entre la nacionalidad y lo popular, que sintetiza el peronismo, parte de esta abstracción, con programas enfocados (al menos como propuestas) en el fortalecimiento del mercado interno y la armonía entre clases sociales, en un orden garantizado por el Estado como ente suprasocial. Esta forma de Estado corporativista llamada comunidad organizada, es expresión de la lógica propia de un capitalismo periférico y sometido a la reproducción del sistema a nivel global. Por lo cual, las políticas de estatización o privatización son manifestaciones de una cuestión estructural y sistémica, y no a acciones contrahegemònicas o de cariz revolucionario.
Mito y realidad histórica
La forma de romper con los prejuicios y develar la realidad detrás de los mitos, se logra contrastando la abstracción ideológica con los hechos históricos concretos.
La génesis que dio vida a mito industrialista del primer peronismo, que estuvo dada por la estatización de las empresas privadas y el sostenimiento de las empresas públicas, respondió a la lógica relacional entre imperialismo y países periféricos, y entre estructura productiva y movimientos del capital internacional. La compra de los ferrocarriles por durante el primer gobierno peronista, fue parte del retraimiento del imperialismo ingles ante expansionismo norteamericano, así también como la concesión de la explotación de hidrocarburos a empresas multinacionales, en el segundo mandato (1952).
Esa necesidad de liberalizar la economía, producto del agotamiento del modelo de sustitución de importaciones, fue en parte soslayada por el golpe de Estado en 1955.
Durante la llamada hegemonía neoliberal, las privatizaciones del menemismo en los 90s fueron consecuencia del final del Estado de bienestar y el auge de los capitales financieros y transnacionales. Este modelo sustentado en un ciclo infinito de endeudamiento, eclosionó durante el gobierno de la Alianza en el 2001/2002. Período en el cual surgieron nuevos actores internacionales que, al conformar nuevos bloques de poder, pusieron fin al mundo unipolar.
El kirchnerismo, que asume durante la transición al mundo multipolar, logra montarse sobre crecimiento de la económica primaria y globalizada, sin generar ningún cambio estructural. Solo va a realizar expropiaciones ante la necesidad financiera por crisis financieras, que fueron presentadas como otros grandes hitos en la historia del peronismo.
Entre los más resonantes están:
- Estatización de las afjp que fue presentada como un acto de justicia social, en realidad respondió a la necesidad de recursos para pagar la deuda al FMI.
- Estatización del 51% del paquete accionario de YPF Repsol. La cruzada nacionalista fue, en realidad, una medida de emergencia ante el agotamiento de los pozos y la falta de inversión, que producía escases para la logística cerealera.
- la estatización de Aerolíneas Argentina. Presentada como recuperación de la línea de bandera, fue el resultado del desguace de la empresa sin intervención del Estado.
El agotamiento del plan económico, de superávit gemelos y aumento de reservas, llegó a su fin con la crisis internacional de los títulos hipotecarios subprime en el 2007 y la crisis nacional por el aumento a las retenciones móviles (125) en el 2008. La necesidad de conservar las reservas del BCRA y la presión inflacionaria ligada al alza en la cotización de las monedas extranjeras, hizo que se aplicaran medidas más restrictivas al comercio internacional y a la venta de dólares (cepo), con desdoblamiento en el tipo de cambio.
Ante la retracción de la economía se realizaron canjes de deuda, pagos al Club de Parìs y acuerdos (fallidos) con los holdout, con la finalidad de retornar al mercado financiero externo. Cuestión que no se logró.
La derrota del peronismo kirchnerista frente a Macri fue el derrotero de un largo arrastre de crisis económica y política. Sin embargo, la pésima gestión del gobierno de la Alianza Juntos por el Cambio, dio un nuevo horizonte al derrotado y dividido pan peronismo.
Hacia una nueva épica
El nuevo gobierno de coalición peronista y neo peronista, encabezado por Alberto Fernández, que triunfó como respuesta al desastre económico de Macri, pudo retomar el imaginario de la solución popular ante la debacle oligárquica y entreguista.
Sin embargo, esta nueva cruzada carece de los recursos financieros y económicos para reactivar las políticas asistencialistas y clienterales. Tampoco se encuentra dentro de un contexto internacional favorable, con consecuencia del enfrentamiento entre el Bloque liderado por China y el de EEUU, asì como el retraimiento del PBI mundial como consecuencia de la pandemia del covid 19.
En la presente coyuntura social, que amenaza con desbordarse, el gobierno peronista vuelve a la vieja retórica estatalista con la expropiación de Vicentín. Una de las pocas empresas nacionales que comercializan granos y aceites.
Esta nueva cruzada, que pretende retomar la épica proteccionista y nacional, deja entrever ciertos datos de la realidad que no condicen con el ideario peronista.
Por un lado, tomando en cuenta lo reticente del decreto de expropiación y las declaraciones de los funcionarios, surgen varios interrogantes: ¿se recuperarán los dividendos fugados, producto de la quiebra fraudulenta? ¿serán condenados los empresarios? ¿se irá contra las demás empresas del grupo Vicentín?. ¿Se pagará la expropiación más allá del monto que la empresa adeuda con el Estado? ¿Se asumirá las deudas con los demás acreedores privados por parte del erario público?.
Otra cuestión es la solvencia de la empresa en una nueva gestión estatal, ¿recuperará la confianza de los 2000 productores a quienes adeuda o serán ganados por las grandes cerealeras? ¿Será un caso similar al de YPF, con un pago indemnizatorio indefinido?
Sean cual sean las respuestas, lo cierto es que el nuevo relato, que los acólitos del gobierno tratan de imponer, carece totalmente de veracidad.
El argumento de que la empresa va a lograr la soberanía alimentaria es totalmente falso. La empresa no produce alimentos, sino que compra granos para exportar y elabora aceite y biodiesel.
La idea de que con las regalías del comercio exterior se van a incrementar las reservas y a regular el tipo de cambio, falta a la real comprensión de la escala de la empresa. Ocupa el sexto lugar de importancia con un 9% de la producción.
El control a los formadores de precios, no responde a la lógica económica en relación la envergadura de Vicentín.
El decreto de la expropiación no se sustenta en ninguna convicción socializante sino en la urgencia ante la cesación de pago y el conflicto social y regional. Vicentín es una realidad concreta y acuciante que requiere un programa global de recuperación de los hilos de la estructura productiva y financiera. Pero también es un ámbito de disputa entre distintas fracciones de la burguesía parasitaria, donde opera la puja ideológica por la hegemonía de las clases populares, de la cual los marxistas no pueden estar ausentes.