Patricio ha muerto.
Las células que constituían sus músculos poderosos, sus huesos y sus órganos, volverán a la tierra mineral de las que vinieron. De un modo inapelable.
Pero sus ideas, su ejemplo, su práctica, sus esperanzas y apuestas políticas vivirán en la lucha por la revolución, el sueño eterno que no podrán apagar nunca.
Miembro genuino de la generación del Cordobazo y las Malvinas, comunista apasionado, lector de poesía y literatura, boxeador y deportista, amante de la buena música y del buen vino, legislador porteño, maestro de profesión y vocación, su larga vida militante ameritará más de una crónica y cada uno lo llorará como pueda.
Yo, que lo conocí luchando contra la dictadura de Videla en 1979, en el viejo local del Central de la Fede del Abasto, que sostuve con él casi diez años de colaboración estrecha (entre 1995 y 2005) y que procuré siempre respetarlo del mejor modo asumiendo su primer ejemplo: un pensamiento crítico que jamás se “enamore” de lo que uno mismo piense y que someta todo, como quería el viejo Marx, a la crítica del pensamiento y la prueba de la práctica social, trataré de calmar mi dolor resaltando tres o cuatro rasgos que considero importantes en su legado revolucionario.
Patricio era un teórico marxista que privilegiaba la práctica política a la escritura aunque a lo largo de su vida produjo material para más de un libro y cientos de entrevistas conceptuales sobre casi todos los temas que se pueda imaginar.
Aunque nunca dejó de lamentar una formación académica poco sistemática alcanzo una dimensión conceptual trascendente en los momentos fundamentales de su vida política: el empeño en la unidad antimperialista durante los 70 en torno a la Coordinadora de Juventudes Políticas; su esfuerzo unitario antidictatorial en los años de Videla y Cía. que fructificaron, en parte, en el Seminario Juvenil de la Apdh y la labor hacia el Festival Mundial de la Juventud de La Habana en 1978; el compromiso con la lucha revolucionaria de Nicaragua y El Salvador, que junto con la reflexión crítica sobre el “apoyo crítico” a Alfonsín, derivaron en el proceso de debates conocidos como el Viraje del XVI Congreso del partido Comunista Argentino (concretado en noviembre de 1986);, la construcción de la unidad de las izquierdas con el Frente del Pueblo, el Frente Amplio de Liberación, la primera y la segunda Izquierda Unida y las experiencias que desembocaron en el Frente Grande (1985/1994); y sobre todo en la defensa del proyecto revolucionario del comunismo cuando se derrumbó el llamado “campo socialista” de la Unión Soviética y un largo conjunto de gobiernos como el de Yugoeslavía, Rumania, Hungría, Bulgaria, la Republica Democrática Alemana, Albania, etc.
Patricio era visceralmente anti dogmático y entendía la lucha como una permanente rebelión contra el sentido común dominante (sobre todo en la izquierda), que lo llevó a cuestionar una cultura política, la del “frente democrático nacional” que había dominado por décadas, no solo en la Argentina sino en buena parte del comunismo latinoamericano y caribeño.
Como el mismo explicó varias veces[1], el proceso de autocríticas partió de la política, la reflexión sobre la derrota electoral de 1983 (donde el partido Comunista primero levantó la candidatura de Rubens Iscaro y luego apoyó la peronista de Luder Bittel, derrotado por Alfonsín, presidente al que luego el Pece apoyó “criticamente” hasta la claudicaciòn de Semana Santa), fue hacia atrás, hacia la frustración permanente de los esfuerzos comunistas por derrotar las dictaduras militares de 1943/1955/1966 y 1976 -a las que los comunistas aportaban decididamente a derrotar pero no lograban ser parte de las fuerzas de gobierno emergentes de dichos procesos- para cuestionar una lectura dogmática de la realidad argentina, su historia, su estructura económica, su forma de dominación burguesa, su identidad nacional y cultural.
De allí viene el reencuentro con el Che Guevara, con Antonio Gramsci, con Jhon William Cooke y con José Carlos Mariátegui impulsados personal y apasionadamente por Patricio, que muchas veces comenzaba él mismo por leer o releer a todo el arsenal revolucionario que había sido ignorado por generaciones de comunistas argentinos.
Su admiración y relación fraterna con una serie de grandes lideres revolucionarios como Fidel, Manuel Marulanda o Shafick Handal lo hace parte indiscutible de la pequeña lista de revolucionarios latinoamericanos que resistieron el dilema de hierro de finales de los ochenta que era (y sigue dramaticamente siendo el mismo): rendirse ante el imperio asumiendo la Tercera Vía Progresista o refugiarse en el dogmatismo esteril, que ya había fracasado más de una vez.
Una vez, en 1987, en una cena inolvidable en Rosario junto a Eduardo Luis Duhalde, Lisandro Viale, Alberto Kohen y otros compañeros de la izquierda, citó a Anatole France: “la hazaña de Colón no fue llegar a las Américas, sino echarse a la mar”.
Estaba, acaso sin saberlo, anunciando su destino como revolucionario.
Patricio nunca dirigió la Revolución mil veces soñada y no formó parte de gobierno alguno, ni siquiera es cierto que nunca se equivocó, ni nunca volvió sobre sus pasos.
Pero mil y una vez se echó a la mar y nos enseño a no tener miedo de nadar en aguas profundas y/o desconocidas.
En los 70, el poeta revolucionario salvadoreño, que él tanto quería, Roque Dalton, escribió en “Un libro rojo para Lenin” que habiendo muchos Lenin, cada uno elegía en cual referenciarse.
En estas horas de emocionado reconocimiento yo elijo al Patricio de la Coordinadora de Juventudes Políticas y de la Brigada de Café a Nicaragua; el Patricio que impulsó los Seminarios sobre el pensamiento del Che Guevara en pleno desierto de los noventa y al que sucribió la Carta de los Cinco, a la caída de la Unión Soviética, afirmando que este era, por encima de todo, el Continente de la Esperanza Revolucionario.
Al Patricio capaz de llorar en el entierro de los jóvenes comunistas asesinados por la Triple A y de festejar sin pudor al recibir la notificación de que su partido había sido reconocido querellante en la causa judicial por esclarecer aquellos crímenes, diciendo que asi fuera para esa misiòn habìa sido justo salvarlo de la extinciòn posibilista que exigian Chaco Alvarez y otros miserables.
Al Patricio capaz de caminar cuarenta días para subir a la Casa Verde en las Montañas Colombianas para hablar con Marulanda y luego cruzar a La Habana para comenzar un dialogo que, de algún modo, desembocó en los Acuerdos de Paz que hoy se intentan hacer realidad en el país sudamericano de Garcia Marquez y Botero.
El que siguiendo el sendero de Fidel se negó a cambiar de identidad y que defendió, como pudo, como supo, con las herramientas teóricas y culturales, y políticas que tenía, al partido que el seis de enero cumplirá cien años.
Ahora, hay que impedir que nadie se atreva a subirlo a ningún pedastal y refundar, fortalecer o fundar de nuevo, hacer más grande o volver a construir, o como quieran llamarlo, al Partido de los comunistas argentino, como impulso a la unidad de los revolucionarios y fundamento de la fuerza patriótica y antimperialista, comunista y nacionalista, patriota y marxista.
Cómo él soñaba.
Para derrotar a Macri y la alianza Cambiemos y llevar el país hacia la liberación verdadera.
Lo intentamos cien años.
Y habrá que intentarlo de nuevo.
Una y otra vez.
Hasta la victoria.